Alberto adquirió el compromiso de pararse cada noche, cerca del cruce del tren con la carretera y llevar consigo una linterna; de tal manera que pudiese alertar a los conductores que pasaban por allí y así evitar un choque catastrófico.
En una noche muy oscura, se percató de que el tren estaba próximo a la intersección, se levantó de su silla, agarró su linterna y corrió tan rápido como pudo.
Al llegar a la carretera, observó un auto que se acercaba a toda velocidad, levantó su mano sosteniendo, fuertemente, la linterna y empezó a moverla lentamente de un lado a otro.
El conductor parecía no disminuir la velocidad, por lo que Alberto reaccionó moviendo su linterna un poco más rápido. Su esfuerzo parecía inútil.
Alberto empezó a brincar y a mover su linterna con tanta fuerza que le dolía su brazo. Su desespero parecía de nunca acabar, el auto aumentaba su velocidad, el accidente era inevitable. El auto pasó por su lado como si no lo hubiera visto y se estrelló contra el tren con tanta fuerza, que quedó reducido a pedacitos.
Al llegar al lugar, Alberto decía: "Hice todo lo que pude, por más fuerte que balanceaba mi linterna, fue imposible que el conductor me viera".
A lo que un lugareño le respondió: "Lo observé todo, sí es cierto que usted hizo un esfuerzo muy grande, ¡pero olvidó encender su linterna!
Muchas veces, tenemos toda la buena intención de mostrarles a otros el amor de Dios, pero si olvidamos encender nuestras linternas y ser luz, pasarán por nuestro lado y se estrellarán con los trenes de la vida.
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