Sé de un obispo que cuando le piden un consejo sobre qué hacer con un hijo malcriado, su respuesta suele ser: "usted lo ha dicho, está mal criado".
Acto seguido, pregunta a los padres quién lo está criando, y la respuesta siempre se traduce en un profundo silencio.
Ese mismo obispo asegura una y otra vez, que en su tiempo, el psicólogo del hogar estaba siempre guindado detrás de la puerta. El rejo, la tajona o la correa eran, invariablemente, los correctores de conducta. Si no lo creen, pregúntenle a sus padres.
Pero más allá del rejazo a tiempo, sin maltrato, hay que tomar decisiones, y muchas veces, éstas suelen ser difíciles.
Sé de casos de hijos que no quieren estudiar ni trabajar porque sus padres siempre están allí para mantenerlos. Nunca les falta el plato de comida, preparado por mamita, por supuesto. Jamás les falta la vivienda, el vestido, ni, inclusive, la diversión. Es más, se dan el lujo de ser groseros y malcriados con esos mismos padres que hacen lo imposible por complacerlos.
Y van pasando los años. "Los niños" se vuelven adultos sin oficio ni beneficio, y se va haciendo tarde para corregirlos, porque el árbol que crece torcido, torcido se queda. Y llega un momento en que los padres, ya sin las fuerzas de la juventud, no pueden complacer los caprichos de los "niñitos", es entonces cuando esos "muchachitos" de más de 20 años comienzan a hacer lo que sea para conseguir el dinero, que les garantice seguir llevando el estilo de vida al que sus padres los acostumbraron, sin que ellos hayan movido un dedo para merecerlo. ¿Cuál es el camino que les queda? La delincuencia. ¿Y cuál es el destino? La cárcel o la muerte. Padre de familia: en este punto es donde duele tomar una decisión. Si un jovencito no quiere estudiar, pues allí están los lava autos, los supermercados y los camiones de reparto donde pueden trabajar. Cuando lo hagan, sabrán lo que cuesta ganarse el pan. Entonces es cuando valorarán lo que tienen. No antes. Es mejor una dura decisión a tiempo, que una lágrima de sangre tardía.