La corrupción

Redacción | DIAaDIA

Un hombre que llegó a asumir el poder político en su país, decidió hacerse rico rápido. Ansiaba rodearse de joyas, autos, tesoros de todo tipo, mujeres, influencia y, sobre todo, mando sobre las gentes de su país.

Para obtener las riquezas que su ambición le pedía, necesitaba sacar dinero de las arcas de su pueblo, sin que nadie lo notara. Además, pensó muy hábilmente, tenía que saber esconderlo.

Muy pronto comprendió que no podía hacerlo solo. Necesitaba cómplices, y los consiguió entre sus colaboradores más cercanos.

Poco a poco se hizo de los tesoros que quería. Mientras más dinero conseguía, más poder acumulaba, porque podía comprar más conciencias.

Cuando alguien hablaba en público de sus robos y peculados, el hombre poderoso respondía con violencia, con odio y furor. Así fue llenando las cárceles y los cementerios de opositores.

Un día fue emboscado en un recodo de camino y sus enemigos lo capturaron. Lo llevaron a un descampado y ahí le hicieron juicio por sus desmanes. Fue un juicio de pueblo, en el que los testigos eran los hijos de quienes habían sufrido por sus abusos y sus robos.

Como sentencia le dejaron todas las riquezas, para que sus hijos y nietos se pelearan por ellas (y así fue, porque hasta hoy no se hablan por esta disputa) y lo condenaron a pasar a la historia como un ladrón y un asesino, tal como hasta hoy se le conoce: un producto maldito de la historia.

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