HOJA SUELTA
Atrabiliario

Eduardo Soto | DIAaDIA

Últimamente me metí en el callejón sin salida de una misión macabra: registro las noticias ya publicadas en un sistema de cómputo para calcular, entre otros hechos horribles, cuántos acribillados a tiros hemos enterrado en la ciudad capital, para luego elaborar unas listas nauseabundas que se usan como materia prima de nuestras crudas tablas estadísticas.

Como siempre, en mis rutinas me atrasé. Cada día lo dejaba para mañana, y me entretenía en otros tintibajos del oficio: que si los cronogramas por aquí; las reuniones con mi Editora General y evaluaciones por allá; entrevistas, los estudios de derecho, o por esa simple y transparente frescura que hace de esta profesión de pobres la más sabrosa del mundo.

Pero el relajo no podía demorar mucho, así que me puse a recuperar terreno. Me expuse a todo: robos, arrestos por estafa, incendios que dejaron a gente sin hogar, mentiras y más mentiras de políticos, la historia subacuática de Nueva Orleans, escándalos por narcotráfico...

Entonces me dije que el mundo -¡mi mundo!- había cambiado tanto. La ciudad ya no es el apacible cuarto de juegos de otros años, cuando la condición de vecino se equiparaba con el parentesco. Hoy todos hemos adquirido la anómala categoría de "sospechosos".

Recuerdo las tardes en el barrio, las carreras en monopatín, las niñas lindas -candorosamente pícaras y acosadoras - las tardes de domingo en el parque, y el tono familiar que rodeaba la vida.

Nada de eso está ahí ahora. Intento crear algo parecido para mis hijos, pero me quedo corto, desarmado. Pienso que las notas del periódico son apenas una muestra de la enorme bola de pus que es el mundo, me aterro más y llego a creer que pierdo el tiempo inventando risas, donde impera la mueca, el insulto y la canallada.

Desde ese día, trato de registrar las notas día por día, para morirme a plazos y no de tajo.

Ciudad de Panamá 
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