Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyeran un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito:
"Para que nunca desprecies las palabras de tu padre". Más tarde, llamó a su hijo, que era un parrandero, lo llevó hasta el establo y le dijo: Hijo mío, cuando yo me vaya, tú te encargarás de todo lo que es mío... Y yo sé cual será tu futuro. Vas a gastar todo el dinero con tus amigos. Cuando no tengas más nada, tus amigos se apartarán de ti. Fue por esto que construí esta horca. ¡Ella es para ti!
El joven se rió, pero, para no contradecir a su padre, le prometió que se ahorcaría si se gastaba todo con sus falsos amigos.
El padre murió, y así como su padre había previsto, el joven gastó todo.
Ah, padre mío... Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde, se decía. Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá y subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó: Ah, si yo tuviese una nueva oportunidad... Entonces, se tiró desde lo alto y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta... Era el fin.
Sin embargo, el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente, cayendo el joven al piso. Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, safiros y brillantes.
Entre lo que cayó encontró una nota. En ella estaba escrito: Esta es tu nueva oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre. ¡Así es Dios con nosotros!
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