Un puerto en el olvido
En las turbias aguas del mar, los jóvenes hacen sus mejores clavados. (Foto: Jesús Simmons y Miguel Cavalli / EPASA)

Gloria Leiva Gaitán | DIAaDIA

Un intenso sol caía sobre el pueblo; nuestra presencia en el lugar atraía muchas miradas, que hasta nos hicieron sentir incómodos.

De repente, dos niños se acercaron a nosotros y nos comentaron lo que pasó la noche anterior en el lugar. Habían matado a alguien; al parecer, el que disparó era uno de sus ídolos.

Ellos contaron la historia, como si hubiesen estado presentes en el momento de los hechos.

Más niños llegaban, la presencia de personas ajenas al lugar, les llamaba la atención.

El tema no era el incidente de la noche anterior, ellos se convirtieron en nuestro objetivo: serían los protagonistas de su cruda realidad.

CON PIES DESCALZOS

Sus pies desnudos rozaban con el piso de conchas, algo muy particular de este pequeño pueblo, Puerto Caimito, que está a pocos metros del mar.

Todos asistían a la escuela. Pero cuando llueve, se inicia su martirio.

“Cuando esto se inunda, tenemos que quitarnos los zapatos y las medias, enrollarnos el pantalón hasta la rodilla y caminar así hasta la parada, porque se nos daña la ropa de la escuela”, contó con inocencia Leonardo.

Con nosotros se desahogaron los demás. “Deben arreglar esta calle; porque por eso esto se inunda, alguien debe ayudarnos, pero aquí ninguna autoridad hace nada por nosotros”, comentó otro.

Una pequeña de cabellos rizados se unió al grupo y también dijo lo que le molestaba.

“La fábrica esa (y señala con su dedo la fábrica Promarina), cuando tira su humo me da asma”, dijo Gabriela. Ella mostró cómo hace cuando le falta el aire.

“Ese humo se le pega a uno en la ropa, y uno llega hediondo a pesca’o a la escuela”, afirmó con un tono molesto Leonardo.

Esto es un problema de nunca acabar en este pequeño pueblo, pues en varias ocasiones han denunciado lo mismo; pero nadie hace nada, dijo uno de los moradores que pasó cerca de donde estábamos.

SU AMARGA DIVERSION

"¡Hey, vamos a jugar!", gritó uno de los pequeños.

Aquí donde impera la pobreza, la delincuencia y las drogas, los niños tienen cómo divertirse.

En el centro del pueblo, ubican dos cajas de madera, como las de las verduras, una en cada extremo. Esas son las porterías.

Detrás de cada una, se coloca un niño que sirve como el respaldar de la caja. “Esto es para que no se caiga la portería cuando se mete gol”, explicó.

La aparición de un balón azul comienza el juego.

El sol picante sigue en todo su apogeo, pero esto no es obstáculo para los chicos, ellos continúan con su juego.

Mientras ellos se divertían sanamente, los jóvenes más grandes del pueblo los miraban desde el kiosco que está en el centro del parque, ubicado al frente de la iglesia. Las miradas continuaban siendo fuertes.

A pesar de lo tranquilo que se ve el lugar, se siente un ambiente pesado.

Uno de los chicos que también miraba el juego, al otro extremo de la iglesia, señaló que éste es un ambiente normal, "no tiene que ver con lo que pasó ayer". "Aquí todos están en su mundo, antes fumaban su porquería en la playa, pero ahora lo hacen ahí (y señala el parque), al frente de todos", comentó.

Después de unos diez minutos, un grupo decidió ir a la playa, nos invitaron y fuimos con ellos.

Un triste paisaje se vio a primera vista. Las gaviotas blancas sobrevolaban la playa que está cubierta de una alfombra de basura.

Los niños corrían hacia la orilla, recogían un palo y varias conchas. "Con esto jugamos béisbol, pero es peligroso porque las conchas nos pueden romper la cara", dijo Leonardo. Dejaron el palo y las conchas, que son para ellos un bate y las pelotas de béisbol, y decidieron ir a refrescarse a la playa.

Con la marea llegaron los restos de una mantarraya, y los chicos jugaron con ella como si fuera un balón.

Mientras unos jugaban con el inerte animal, otros iban hacia el final de la tubería, se quitaban la ropa y se lanzaban al agua.

Las risas inocentes alegraban el lugar que la noche anterior se empañó en sangre.

UN PARQUE EN EL OLVIDO

En Puerto Caimito, existe un área de juego, donde hay un parque para los más chicos y una plaza deportiva para los grandes. Ambos se encuentran ubicados a casi un kilómetro de la entrada del pueblo, específicamente a unos metros detrás de la casa del beisbolista de las grandes ligas, Mariano Rivera.

Ahí, el descuido sobresale. El monte alto, los columpios oxidados, las gradas sin pintar, son algunos detalles que caracterizan al olvidado parque.

Para los niños, además de lo lejos que les queda el lugar, no es el sitio adecuado, pues no está en las mejores condiciones para que ellos puedan recrearse.

¿QUE SE HACE?

Según Diomedes Cañizales, representante de este corregimiento de La Chorrera, todos los meses la Junta Comunal limpia el área.

Para los próximos meses, se iniciará la rehabilitación del parque recreativo, en donde se invertirán unos 10 mil balboas.

"Además, se tiene establecido para futuro, llevar a cabo actividades para los niños, pues de esta manera se alejarán de grandes peligros", aseguró Cañizales.

QUE HACEN

La mayoría de los pobladores de este corregimiento, se dedica a la pesca artesanal. Puerto Caimito está ubicado a 50 kilómetros, al oeste de la capital. Este pueblo está olvidado. Desde que se llega, se respira pobreza y tristeza. Pero goza del renombre de las personas, porque ha dejado crecer a grandes deportistas.

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