
Dionisio estudia sentado en un tronco de madera y unos palos improvisados como escritorio, pues dentro de su casa es un horno.
Fotos: EVERGTON LEMON
Dionisio estudia sentado en un tronco de madera y unos palos improvisados como escritorio, pues dentro de su casa es un horno.
Fotos: EVERGTON LEMON
Dionisio estudia sentado en un tronco de madera y unos palos improvisados como escritorio, pues dentro de su casa es un horno.
Fotos: EVERGTON LEMON
Duerme en un viejo polifón.
Debe recorrer una hora a pie para llegar a la escuela.
Esta es la casita de zinc donde vive.
En este rancho pasan la mayor parte del día.
Aquí se bañan.
La letrina está a punto de caerse.
Dionisio estudia sentado en un tronco de madera y unos palos improvisados como escritorio, pues dentro de su casa es un horno.
Fotos: EVERGTON LEMON
Duerme en un viejo polifón.
Debe recorrer una hora a pie para llegar a la escuela.
Esta es la casita de zinc donde vive.
En este rancho pasan la mayor parte del día.
Aquí se bañan.
La letrina está a punto de caerse.
Dionisio estudia sentado en un tronco de madera y unos palos improvisados como escritorio, pues dentro de su casa es un horno.
Fotos: EVERGTON LEMON
Duerme en un viejo polifón.
Debe recorrer una hora a pie para llegar a la escuela.
Esta es la casita de zinc donde vive.
En este rancho pasan la mayor parte del día.
Aquí se bañan.
La letrina está a punto de caerse.
Dionisio estudia sentado en un tronco de madera y unos palos improvisados como escritorio, pues dentro de su casa es un horno.
Fotos: EVERGTON LEMON
Duerme en un viejo polifón.
Debe recorrer una hora a pie para llegar a la escuela.
Esta es la casita de zinc donde vive.
En este rancho pasan la mayor parte del día.
Aquí se bañan.
La letrina está a punto de caerse.
Dionisio estudia sentado en un tronco de madera y unos palos improvisados como escritorio, pues dentro de su casa es un horno.
Fotos: EVERGTON LEMON
Duerme en un viejo polifón.
Debe recorrer una hora a pie para llegar a la escuela.
Esta es la casita de zinc donde vive.
En este rancho pasan la mayor parte del día.
Aquí se bañan.
La letrina está a punto de caerse.
Triste. A menos de diez minutos del centro de La Chorrera, sin necesidad de verlo por televisión o en otras partes del mundo, existe la verdadera pobreza, pues lamentablemente, la barriada El Progreso, no hace honor a su nombre.
Dionisio Ovalle tiene doce años y estudia en la Escuela El Progreso, él no vive como un niño feliz, pues desde pequeño es presa de una triste realidad que conmueve hasta al más fuerte.
Cada mañana, se levanta a las 6:00 a.m. sin saber si va a desayunar o no, porque el dinero para comprar comida a veces no se ve. Unos cartuchos cubren sus desgastados zapatos para emprender su viaje de una hora por un camino de piedra, lodo y riachuelos para llegar a su escuela. Al llegar, se sienta apartado en una silla del sexto grado B, él no es de mucho conversar y dentro de lo que puede, trata de cumplir con sus deberes, manifestó su maestra Hazzel Villalba.
De regreso a casa
A las 12:00 mediodía, mientras la mayoría de los estudiantes piensan en un delicioso almuerzo, Dionisio debe regresar a casa, aún sin haber merendado, pues dice que su mamá no tiene dinero para darle merienda.
DIAaDIA hizo un recorrido con él de regreso a casa y, efectivamente, bajo el sol agotador una hora es demasiado para que un niño, con hambre, camine para llegar a su hogar, donde lamentablemente, tampoco hay nada para almorzar.
Aun así, su madre, María Rodríguez, lo espera y le da un abrazo. Ella quedó extrañada de que su hijo llegó con compañía, pero con una sonrisa dio la bienvenida.
La familia, compuesta por ella, Dionisio y sus tres hermanos: Alfredo, de 20 años; Bolívar, de 15 y Antonio, de 13, y su abuela materna viven en un cuarto de cuatro paredes de zinc que hierve por dentro. Los hermanos más chicos y la mamá duermen en un viejo colchón, mientras que la abuela en un pedazo de polifón y Alfredo, quien padece de esquizofrenia, duerme en el piso.
Una nevera dañada y completamente vacía, así como una estufa donde no había alimentos hechos evidencian que en la casa no había nada para comer.
María, en medio del llanto, sostuvo que el poco dinero que logra ganar, lo consigue trabajando en casas de familia, pero esa plata a veces solo alcanza para los medicamentos de Alfredo, pues por su enfermedad, no los puede dejar de tomar.
Cuando hay platita, el menú es huevo y pan, con suerte arroz. “Es lo único que puedo darles, pero sigo luchando, porque sé que Dios no nos desampara y siempre algo cae”, aseguró.
Ella trata de mandar a sus dos hijos a la escuela, pues cree fielmente que el estudio los ayudará a superarse.
“Aunque muchas veces estoy triste, sé que mi mamá lucha para sacarnos adelante, por eso seguiré estudiando, pues quiero llegar a ser policía, es mi sueño” dijo Dionisio.