Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en el que ella viajaría se retrasaría una hora.
La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera.
Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. La señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una. La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación, así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos. Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.
Ella sintió la boca reseca por el disgusto abrió su bolso y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró su paquete de galletas Intacto.
Cuantas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones.
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