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ENTRE NOS
Lágrimas de sangre

Por: Elizabeth Muñoz de Lao | EDITORA GENERAL DIAaDIA

¡Pela el ojo a la gallina!, decía una viejita muy querida para mí. Y esa advertencia viene como anillo al dedo con respecto a lo que voy a escribir.

Salía yo del hospital en compañía de mi esposo y mi cuñada, como las 2:30 de la madrugada de ayer, domingo.

Estaba enferma y fuimos a comprar una medicina, porque, para variar, me atendieron muy bien en el Seguro, pero la farmacia estaba cerrada. Era día de fiesta en La Chorrera por el aniversario de fundación del distrito.

Mientras nos dirigíamos a la farmacia, mi esposo me decía que nosotros somos "muy papeleros" con nuestros hijos porque no los dejamos salir después de las 8: 00 de la noche y, sin embargo, la calle estaba llena de chiquillos.

"A mí no me importa quiénes estén en la calle en la madrugada, me importa que mis hijos estén en su casa a la hora que debe ser", le contesté. Y es aquí a donde quiero llegar. Justo cuando llegamos a la clínica, que tiene una farmacia, estaba en el estacionamiento un grupo de jovencitos esperando a alguien que estaban atendiendo adentro, según lo que pude oír. Discutían sobre quién había tenido la culpa de algo, mientras se servían tragos de una botella y mezcladores que tenían sobre la tapa del baúl del carro. Eran muchachitos, estaban en la calle y, encima, tomando enfrente de la clínica. El agente de seguridad no les perdía ni pie ni pisada.

Y yo me pregunto: ¿dónde estaban los padres de esos niños, que a todas luces eran menores de edad? ¿Cómo es posible que les den un carro para andar en la calle a altas horas de la noche? ¿Cómo pueden dormir tranquilos sabiendo que sus hijos no están en sus camas?

Señores, no pretendo dar un sermón sobre la paternidad responsable, pero me pregunto: ¿será que los padres preferimos llorar lágrimas de sangre en lugar de poner reglas a nuestros hijos?, ¿será que es más fácil seguir la corriente a ver qué pasa?, ¿será que ahora la onda es ser permisivos en todo? Bueno, por mi parte creo que, como padres, debemos darles a nuestros hijos la opción de ser ellos mismos, de tener sus propias amistades, de disfrutar de espacios propios para que desarrollen su personalidad y aprendan a defenderse y a elegir lo que les conviene, con la guía de nosotros.

Pero, ojo. No es lo mismo darles permiso para ir al cine con sus amigos, ir a un quinceaños, o ir de compras, que permitirles andar de madrugada por la calle, con el carro de la familia y, peor aún, tomando licor. ¡Esos son otros quinientos pesos!

Si los padres no pelamos el ojo a la gallina, lloraremos, irremediablemente, lágrimas de sangre.





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