Un pasajero inesperado


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Nadie se podía sentar en los asientos donde se había metido el indigente.

Fotos: JESUS SIMMONS

  • Un pasajero inesperado

    Nadie se podía sentar en los asientos donde se había metido el indigente.

    Fotos: JESUS SIMMONS

  • Un pasajero inesperado

    Su olor era nauseabundo.

  • Un pasajero inesperado

    El muchacho dormía como un angelito.

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    Nadie se podía sentar en los asientos donde se había metido el indigente.

    Fotos: JESUS SIMMONS

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    Su olor era nauseabundo.

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    El muchacho dormía como un angelito.

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    Nadie se podía sentar en los asientos donde se había metido el indigente.

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    Su olor era nauseabundo.

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    El muchacho dormía como un angelito.

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    Nadie se podía sentar en los asientos donde se había metido el indigente.

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    Su olor era nauseabundo.

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    El muchacho dormía como un angelito.

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    Nadie se podía sentar en los asientos donde se había metido el indigente.

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    Su olor era nauseabundo.

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    El muchacho dormía como un angelito.

Jesús Simmons - DIAaDIA

Nadie lo quería a su lado. El conductor de un bus de la ruta Torrijos Carter-Vía España se detuvo en la parada de la Plaza 5 de Mayo para recoger pasajeros. La lluvia empezaba a caer y cuando puso en marcha el vehículo, no se percató que un indigente había abordado el bus.

El muchacho, de rasgos indígenas y ropa desgarbada, se sentó en uno de los asientos y comenzó a balancearse de un lado a otro, como si estuviera en estado etílico.

El sofocante calor y el aire viciado por causa de las ventanas cerradas por el fuerte aguacero que caía, hicieron que los pasajeros gritaran: “chof” se te subió un piedrero y está hediondo”.

El conductor, quien cojeaba, le dio unos golpes en la espalda y le dijo al muchacho que se bajara, pero él ni se enteró, ya que ahora dormía plácidamente debajo de los asientos.

“¿Quién me ayuda a bajarlo?”, preguntó el busero, pero los pasajeros ni se inmutaron en contestarle, tal vez no querían ensuciar sus ropas ni sentir el olor penetrante del muchacho, quien también se había orinado en los pantalones.

A los pasajeros y al chofer no les quedó más remedio que soportar al inesperado pasajero, quien hacía con su desagradable olor que la travesía fuera un verdadero calvario.

Sin ánimos de llegar hasta Torrijos Carter con un pasajero tan incómodo, el chofer hizo un segundo intento por bajar al indigente y detuvo el bus frente a la parada del Hospital Santo Tomás; luego pidió a un “bien cuida’o” para que le ayudara a bajarlo.

Después de luchar contra el peso del hombre, el cuidador de autos lo agarró por la mano y lo acomodó sobre un edificio abandonado, donde el muchacho se puso en posición fetal y siguió su dulce siesta.

Aunque parezca increíble, estas cosas solo pasan en los famosos “diablos rojos”, que están a punto de ser desplazados por el nuevo sistema de transporte llamado metrobús.

 
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