Deliciosas raspaduras


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Naldo y “Florecita” son muy famosos en Río Hato. Sus raspaduras son muy gustadas por sus clientes.

Fotos: JESUS SIMMONS

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    Naldo y “Florecita” son muy famosos en Río Hato. Sus raspaduras son muy gustadas por sus clientes.

    Fotos: JESUS SIMMONS

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    Fotos: JESUS SIMMONS

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    Fotos: JESUS SIMMONS

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    Fotos: JESUS SIMMONS

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    Naldo y “Florecita” son muy famosos en Río Hato. Sus raspaduras son muy gustadas por sus clientes.

    Fotos: JESUS SIMMONS

Jesús Simmons - DIAaDIA

Dulce de lujo. Bajo la sombra de un árbol de mango, Leonardo De La Cruz, de 66 años, y su inseparable compañera “Florecita” muelen caña en un viejo trapiche, para extraer el jugo que utilizarán para hacer deliciosas raspaduras.

Hombre y yegua se combinan en Río Hato, para no dejar morir una tradición casi extinta, que solo se ve en algunos pueblos del interior del país.

Cuando apenas tenía seis años, Naldo ,como le dicen de cariño sus amigos en Río Hato, observaba a su padre preparar las raspaduras.

Y sí que fue un buen alumno, pues sus dulces son los más famosos y buscados de Río Hato, además, porque todo el proceso de elaboración es 100% artesanal.

Todo empieza buscando las cañas en el cañaveral, después Naldo y su yegua “Florecita” pasan horas moliendo. Esta parte es muy importante y tal vez la más tradicional.

“Ojua, que viene el día, ojua que para luego es tarde”, le dice Naldo a “Florecita” para que apure el paso y así terminar cuanto antes la molienda de caña.

Una vez ha molido todas las cañas, el jugo extraído lo coloca en un enorme caldero, que reposa sobre un fogón hecho de barro y paja peluda. Para cocinar el caldo se utiliza leña, pues todo tiene que ser artesanal, para que las raspaduras tengan ese sabor natural.

Esta parte del proceso es extenuante, porque dependiendo de la cantidad de jugo, así mismo será el tiempo que dure en el fuego. Un tanque de jugo de caña, puede tomar una hora sobre la flama.

Durante todo este tiempo, Naldo debe permanecer revolviendo el caldo, para que no se derrame con la ebullición. Una vez que está en su punto, se retira del fuego y se revuelve hasta que queda a punto de caramelo.

Para darle la forma redonda, se vacía la raspadura sobre unos moldes construidos con madera y se dejan enfriar por espacio de una hora, para que se ponga dura.

Luego se saca de los moldes y se envuelve en hojas de tallos o simplemente en bolsas plásticas. A pesar de que la elaboración de las raspaduras es un proceso complejo que toma mucho tiempo, Naldo las vende a 0.50 cada tapa.

Para él esto no es mayor problema, pues se siente feliz de que a pesar de los avances tecnológicos, él lucha por mantener viva una tradición que poco a poco ha ido desapareciendo.

 
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