¡Ay, maestra!

Redacción | DIAaDIA

La semana pasada, me llamó por teléfono mi maestra de segundo grado. Antes de que se rían ustedes, prefiero reírme primero de mí misma. La noticia no es que me llamó, sino que aún me recuerde, después de taaaan... pocos años.

Ahora sí, es en serio. El hecho de que una maestra, que me dio clases hace exactamente 39 años, aún recuerde que me tuvo como alumna, es para meditar.

Se preguntarán por qué. Pues, porque esos eran los docentes que no se limitaban a impartir las clases que el programa académico les imponía. No, ¡qué va! Esos eran educadores que promovían la participación de sus estudiantes en todos los actos culturales, recreativos y deportivos que se celebraban en las escuelas públicas, muchos años antes de que las privadas se posicionaran en los pueblos de mi interior.

No había mes en que en la escuela Simeón Conte de Penonomé, no se celebrara una actividad que no tenía nada que ver (y a la vez sí) con las notas del boletín.

Eran tiempos en que los concursos de pintura, ortografía, redacción, oratoria, declamación, de coros, canto individual, las verbenas y los espectáculos culturales, protagonizados por los estudiantes, eran el complemento perfecto para una niñez con cerebro de esponja, ávido de absorber todo lo bueno que esos maestros podían ofrecerles.

Los tiempos cambian, eso lo sé, pero qué lindo (y qué oportuno) sería que los docentes que hoy permitieron que sus alumnos regresaran a clases después de un mes de huelga, tomaran el ejemplo de aquéllos que un día les legaron una herencia de desprendimiento, de amor al prójimo, de vocación por servir a la niñez y a la juventud, y que lo hicieron con las más mínimas herramientas, pero armados de coraje, de celo profesional y de amor a la patria. Gracias, maestra Alfreda, por llamarme. Usted es uno de esos ejemplos a seguir.

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