HOJA SUELTA
Ariosto Barrios

Eduardo Soto | DIAaDIA

Sí, era un tableño; su nombre lo delataba. De Peña Blanca, para más señas. Se nos murió hace un mes, y en casa nadie sabía. Se fue con su hablar deprisa, su voz gangosa y su presencia de conde gris autoritario.

Los últimos días los pasó solo en un asilo. De ahí para el hospital. Y del hospital a la tumba, desde donde debe estar viéndonos, gozando porque ahora tiene todas las respuestas, esas que siempre buscó (era Rosacruz), y estará dichoso de saber que sabe, mientras nosotros seguimos a oscuras en este valle de lágrimas. Sí, debe estar riendo, aunque mientras vivía muy pocas veces lo vi sonreír de veras.

Ariosto jugó con las letras de su nombre para hacer el bautizo de su hija (mi hermana) a quien llamó "Otsoira". Si usan el espejo para leer la palabra, podrán descubrir su magia. Lo hizo por ese afán que siempre lo acompañó de desarmarlo todo, para después volverlo a armar.

La imagen que tengo de este hombre endurecido por la vida, es la del acompañante. Siempre estuvo ahí, muy cerca, en todos los acontecimientos significativos.

No siempre la relación con su hija y nietas fue de humo blanco. Es que todos ellos son como minotauros atrapados al mismo tiempo en los vericuetos de ese laberinto que es la familia. Eso pasa cuando nos hacemos gigantes, y no cabemos en los pequeños espacios donde germina el amor.

A pesar de eso supo estar ahí, presente, nunca disimulando ni evadiendo el reto de querer a los suyos. Siempre una palabra, una indicación, una orden a manera de beso. No faltó ni una sola vez a la visita de hospital, cuando una de mis hijas fue vencida por la meningitis. Esa deuda la tendré con él hasta que mi reloj también se detenga y nos encontremos allá, donde, lo sé bien, compartirá conmigo las respuestas.

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