La Chorrera est� de duelo, y no es para menos. Cinco de sus j�venes estudiantes universitarios fueron asesinados de una manera cruel, sin la m�s m�nima piedad ni respeto por la vida.
No hay consuelo para sus familias. Nada de lo que digan las autoridades puede calmar su dolor, su indignaci�n, su impotencia, su rabia, el vac�o de sus corazones.
Esas familias parecen haber pagado un precio demasiado alto solo por haber luchado a brazo partido para tener sus negocios que, adem�s, generan cientos de empleos para gente humilde del distrito.
�C�mo decirle a una madre que su hijo yace enterrado bajo la losa de una casa extra�a? �C�mo explicarle a otra que su hija desaparecida hace un a�o, fue hallada junto con otros secuestrados despu�s de ella? �C�mo decirles que, pese a haber pagado un rescate, un asesino trunc� sus vidas con premeditaci�n y alevos�a?
Y eso que vivimos en el pa�s de las maravillas... &162;ja!
Yo vivo en La Chorrera, una ciudad tranquila que ha crecido significativamente en los �ltimos a�os porque est� habitada por gente trabajadora, la mayor�a interiorana, celosa de sus costumbres y tradiciones.
Pero tambi�n la habitan extranjeros que han sabido convivir de manera pac�fica con los paname�os. Por eso no puedo dejar de sentir ira y dolor por lo que ha pasado. Esos j�venes eran amigos y compa�eros de escuela de muchos de nuestros hijos. A donde uno vaya, encuentra a un coterr�neo indignado por semejante acto de barbarie. Nadie habla de otra cosa, porque es la �nica manera de desahogar ese sentimiento de tristeza que ha invadido a todo un pueblo. Ojal� todo el peso de la ley caiga sobre los asesinos, aunque pasar� mucho tiempo para que los ciudadanos volvamos a vivir tranquilos.