Un grupo de jóvenes estaban reunidos deliberando sobre las circunstancias en las que el aborto podría ser permitido.

Algunos decían que si la criatura va a nacer en un ambiente de pobreza y maldad, mejor es que no venga al mundo. Otros consideraban que sólo Dios tiene autoridad para decidir quién vive y quién muere.

Los más sentimentales añadían que si el bebé no va a tener el amor de un padre y una madre, para qué nacer. Otros señalaban que eso del amor también lo debía decidir Dios.

Su guía, intervino diciendo: "Hace tiempo, una mujer planteó el siguiente caso: todos mis hijos tienen cierto retraso mental, mi marido es alcohólico y tengo problemas de salud, y ahora estoy embarazada, ¿debo abortar o no?"

De inmediato, los jóvenes empezaron a polemizar sobre el caso, y, al final, el grupo quedó fuertemente dividido: los que apoyaban el aborto, quienes argumentaron que no era conveniente que la mujer corriera el riesgo de traer un ser anormal al mundo y era preferible conservar su salud en beneficio de toda su familia; y los que no, quienes sostenían que todo ser humano tiene derecho a la vida, por más adversa y difícil que puedan resultar las circunstancias que lo rodean.

El guía de los jóvenes, entonces, contestó: "Si esta mujer abortaba, hubiese asesinado a Beethoven, pues esa era precisamente la circunstancia familiar en que este gigante de la música universal encontró al llegar a la vida".