¡Jo! Decía Víctor Hugo que "los cuarenta son la edad madura de la juventud; los cincuenta la juventud de la edad madura".

Bueno, amigos lectores, a juzgar por esta frase célebre, estoy jovencita y me siento como tal.

Pero siendo así, entonces no me explico cómo es posible que a los treinta podía ir a los almacenes y comprarme el vestido que se me antojara, de acuerdo con mi presupuesto, naturalmente.

Ahora, dos décadas después, trato de comprarme una blusa con un simple pantalón y me veo como un sofá envuelto en celofán. Sí, así como los entregan ahora en las mueblerías.

No veo la razón por la cual ahora fabrican ropa L como si esa medida correspondiera al S (small).

No es la primera vez que me quejo de esto, pero es que a falta de modistas, que ahora están en peligro de extinción, las mujeres dependemos de los almacenes para vestirnos.

No sé qué suerte de tortura es la que sentimos las que no somos anoréxicas o que no tenemos una figura de modelo cuando vamos de "shopping".

El sábado había un baratillo en un buen almacén, con descuentos hasta del 60% en buena ropa, y ¿qué creen? La talla L era tan diminuta que ni siquiera una joven con buena figura que compraba un vestido negro pudo llevarlo.

Yo, por mi parte, ni siquiera me arriesgué a mirar más allá. Opté por el departamento de hogar.

Pero he aquí el punto: no me sentí como en la juventud de la madurez, como dijo Víctor Hugo un día, sino que me convencí de que "la edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo", como dijera sabiamente Jean-Louis Barrault.

Siempre he detestado comprar ropa, pero ahora es un calvario. Por eso, hago un llamado a los fabricantes, para que recuerden que no todas sus clientes son beldades con cuerpos de Miss Universo. También hay quienes estamos tan "henchidos" de satisfacción por lo vivido, que el cuerpo se nos ha "hinchado" más de lo debido.