
En la iglesia y sus alrededores se congregó una multitud. Foto: ROBERTO BARRIOS
En la iglesia y sus alrededores se congregó una multitud. Foto: ROBERTO BARRIOS
En la iglesia y sus alrededores se congregó una multitud. Foto: ROBERTO BARRIOS
En la iglesia y sus alrededores se congregó una multitud. Foto: ROBERTO BARRIOS
En la iglesia y sus alrededores se congregó una multitud. Foto: ROBERTO BARRIOS
En la iglesia y sus alrededores se congregó una multitud. Foto: ROBERTO BARRIOS
En la iglesia y sus alrededores se congregó una multitud. Foto: ROBERTO BARRIOS
Los chorreranos, con el apoyo de ciudadanos de otros puntos del país, hablaron alto y claro. Esa gente tranquila, trabajadora y humilde solo quiere paz. No quiere una Ciudad Juárez revuelta y convulsionada enquistada en el corazón de su pueblo. No, ellos no se merecen eso.
La vestimenta blanca como símbolo de paz, dejaba una estela de orgullo de un pueblo, de unidad monolítica en pro de la convivencia pacífica a medida que la gran marcha avanzaba por las avenidas de esa ciudad en pleno crecimiento.
Y es que, no fueron asesinados cinco “chinitos”. No. Fueron vil y cruelmente ultimados cinco jóvenes chorreranos con sueños, ilusiones, amores y desamores, cuyas luchas y esperanzas por una vida mejor fueron cortadas de un tajo por un extranjero a quien le habían dado cabida como un coterráneo más.
No se trata ahora de menospreciar a los foráneos ni de exaltar el chauvinismo. Se trata de un llamado de atención sobre quién o quiénes entran al país y se convierten en el vecino “bueno”, que luego resulta ser un lobo feroz y ávido de sangre vestido de oveja.
Lo que comenzó ayer como el llanto de un pueblo por cinco de los suyos, terminó siendo un grito de coraje, de defensa de la paz, de apoyo mutuo, de ejemplo de hermandad y solidaridad humana. La multitud de ayer dejó un mensaje muy claro: ¡La paz no se negocia, se defiende!