"Si en el estudiante no se despierta el interés por lo nuevo que trae el conocimiento humano, no aprenderá lo que necesita para enfrentar los páramos que la vida le depara".

Herasto Reyes

El abuso sobre infantes es una nefasta noticia que cunde entre nosotros a paso redoblado. Cada día, es más evidente que los adultos llamados y obligados por las leyes y la moral a proteger a los niños y niñas, no sólo escurren el bulto en tal empresa, sino que son los perpetradores del abuso infantil. Y eso está mal. Muy mal. Dichos ciudadanos deberían ser objeto de las más duras condenas y saldar sus deudas con el futuro de la patria en nuestras atestadas y promiscuas cárceles.

Pero no sé si es por el celo extremo de prevenir el abuso a los menores, o si simplemente se trata de una nueva forma de irresponsabilidad, nuevamente, de los adultos de este país. Hablo de la idea que pregona que los jóvenes deben ser tratados como si les esperase un mundo justo y una sociedad llena de oportunidades; libre de opresiones y de manipulaciones. Tal vez en Marte, o quizás en Venus.

Hogares donde los muchachos y muchachas crecen prácticamente sin obligaciones familiares: sin barrer, trapear, fregar los platos (ni siquiera los que acaban de ensuciar) y sin lavar la ropa, su ropa. Todo arguyendo que de ellos y ellas sólo se espera que estudien. ¿Acaso los diplomas y certificados van a ser confeccionados con los nombres de los padres? ¿Los estudios no son en beneficio del propio menor? ¿Estudiar es una obligación familiar o una oportunidad que se aprovecha o se desaprovecha?

¿Y las escuelas? Tras que las tareas de muchos chicos y chicas se las hacen los padres o pagan para que se las hagan, cada día hay menos retos en los colegios y más reglamentaciones que en la práctica evitan el esfuerzo. ¿Los jóvenes son tan inútiles que no toleran ninguna exigencia? ¿Será que estamos frente a una nueva forma de violar los derechos de los menores de edad?