Un rico comerciante compró un maravilloso candelabro para su hogar. Era una obra de arte, hecha de puro cristal y adornado con piedras preciosas. Costó una fortuna.
A fin de colgar este bello candelabro, el comerciante hizo un agujero en el cielo de su habitación y a través del agujero hizo pasar un cordel. Dejó que un extremo colgase sobre la sala, el cual amarró al candelabro y el otro extremo de la cuerda lo sujetó a un clavo en el ático. Luego, haló la cuerda hasta que el candelabro colgara ajustadamente en el techo de la sala y amarró el resto de la cuerda alrededor del clavo en el ático.
Todos los que llegaban a la casa admiraban el maravilloso candelabro, y el comerciante estaba muy orgulloso.
Un día llegó un chico pobre pidiendo ropa vieja. Se le dijo que subiese al ático, donde se guardaban las ropas viejas, y que tomase algunas. Subió al ático y tomó un hatillo de ropas. Luego de empacarlas en su bolsa, buscó una pieza de cordel con la cual amarrarla. Vio una cuerda amarrada alrededor de un clavo, así que sacó su navaja y cortó la cuerda.
¡Crash! Hubo un terrible destrozo y al minuto siguiente toda la familia corrió al ático gritando: "¡Idiota! ¡Mira lo que has hecho! ¡Has cortado la cuerda y nos has arruinado!"
El pobre chico no entendía a qué se debía tanta excitación. Dijo: "¿Qué queréis decir con que os he arruinado? ¡Todo lo que hice fue tomar un pedazo de cuerda!
Si el comerciante hubiera hecho las cosas como debía y no de cualquier modo, nada hubiera ocurrido.
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