ENTRE NOS
Tarda, pero llega

Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

¿Por qué será que cuando la sabidurí­a empieza a llegar a nuestras vidas, es justo cuando ya es tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace muchos años?

Es una pregunta larga y quizás, sin respuesta.

Cuando pienso en esto, me pregunto si yo hubiera hecho algunas cosas que en su momento, me parecieron divertidas, porque no pensé en el peligro o en las consecuencias.

Hoy dí­a, cuando mando a mis hijos a hacer la tarea, me duele mucho observar su reacción. ¡Es como si les hubiera aparecido la misma "silampa" llorando por su hijo perdido en el rí­o, a la medianoche! ¡Salen en estampida hacia sus cuartos!

Cuando mi mamá me preguntaba si tení­a tareas, mi respuesta era siempre la misma: ¡no, si el profesor casi no dio clases! Pero después de una mirada de esas que sabí­an proyectar las madres de antes, "recordaba" que sí­ tení­a una tarea y también un ejercicio al dí­a siguiente.

Lastimosamente, hoy yo sé enviar esas miradas "asesinas" a mis hijos, pero no tienen el mismo efecto. Al parecer, la sabidurí­a de nuestras madres les llegó temprano. La mí­a, siento que no llegará nunca.

La poca que tengo, me ha hecho comprender por qué mis padres querí­an que estudiara, que trabajara, que fuera una persona de bien. Entiendo que eso me lo fueron inculcando a través de los años, con regaños, consejos, rejazos y jalones de oreja.

Pero también siento y comprendo, que yo no tengo suficiente para hacer lo mismo con mis hijos. Y no soy la única. Cuando hablo con mis amigas, algunas de ellas sienten lo mismo.

No quiero que se entienda que mis hijos me han salido malos. No, de ninguna manera. Es sólo que cuando quiero inculcarles que hay que estudiar, que esa es la mejor herencia que pueden recibir (encima, la única, porque mi esposo y yo somos pobres), siento que aro en el mar.

"¿Tienes tarea?". "¡No, si hoy casi no dimos clases!". Lanzo la mirada "asesina" y... "mamá, yo quiero unas zapatillas bien pretty, que tienen el logo de Ferrari". Esa es la respuesta de mi hijo, que pone cara de cordero apaleado. Y luego formulo la misma pregunta a los otros dos y... ¡zas!... nadie me hace caso. Buscan refugio en sus cuartos.

A mí­ sólo me queda confiar en Dios para que la sabidurí­a les llegue antes de que sea demasiado tarde.

Ciudad de Panamá 
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