"Mi papel consiste en enseñar a la gente que son mucho más libres de lo que se sienten... Cambiar algo en el espíritu de la gente: ése es el papel del intelectual".Michel Foucault
Hay que democratizar a la belleza. Crear una política de la cultura, o más bien una cultura política, donde el ciudadano común y silvestre participe en todas aquellas actividades artísticas que, precisamente, por muchos siglos se le han negado.
¿Y quién hace ese milagro? Dificulto que un gobierno preocupado por implementar la ley Homero Simpson: te convierto en idiota para que ni te des cuenta de que te estoy arruinando la vida, tenga en sus planes llevarle arte al grueso de la población. ¿Entonces quién? Quizás tendrán que ser los mismos artistas, tal vez deberán encabezar movimientos mayúsculos de aficionados al arte. Pero ¿los artistas no tienen fama de tener sus egos inflados?
De repente, hay que cambiar el modo de pensar; no es llevarle arte a la gente, es convertir a la gente en productores de cultura y que abandonen el papel de ser meros consumidores. Puede ser que los jóvenes así ocupados, no tengan tiempo de realizar actos violentos.
¿Y qué? ¿Nos olvidamos de exigirle al Gobierno? ¡Qué no! Pero no podemos olvidar que la democracia es más que votar por un gobierno para luego estar pidiéndole favores. Es inventarse cómo participar en la sociedad; así, como meros civiles; porque si nos ponemos a esperar las respuestas de los políticos, mejor nos sentamos bien cómodos, porque la espera va a ser larga.
Todos los seres humanos somos capaces de crear cultura. Y lo hacemos todos los días. Por ejemplo, nuestras cocinas son centros culturales, ¿o es que un jamaicano usa las mismas especias que un chino? ¿Qué estoy soñando? Pues será mejor que comencemos a preocuparnos por cuidar lo bello de este planeta, porque sino un buen día vamos a despertar en el infierno.