Paul Wylie estaba patinando en las Olimpiadas de invierno de Calgary en 1988. Estaba nervioso, cuando empezó su rutina ante 20.000 personas y un auditorio televisivo de millones.
Luego, en su primer salto, algo salió mal. Wylie escribe: «Un instante después, mi mano toca el hielo; la cuchilla no me aguanta. Empiezo a resbalar y me doy cuenta de que me estoy cayendo. Todo lo que escucho mientras caigo al hielo es un quejido empático, lo que parece ser un millón de voces».
Wylie tenía que tomar una decisión en una fracción de segundos: podía centrarse en el error y darse por vencido o podía seguir patinando y dar lo mejor de sí. Justo entonces, le vino este versículo a la mente:
«Cuando el hombre cayere, no quedará postrado...» (Salmo 37:24).
Continuó su rutina y decidió patinar «de corazón, como para el Señor». (Colosenses 3:23).
Al final del programa, la multitud irrumpió con un entusiasta aplauso por su coraje y determinación.
Como seguidores de Cristo, puede que recibamos alguna vez un golpe fuerte que nos tumbe. Podría ser la muerte de un ser querido, la pérdida del empleo o tal vez nos ignoren para una promoción. Tal vez estemos desanimados por haber caído en pecado. Una cosa es caer; otra muy distinta es darse por vencido.
El éxito consiste en levantarnos sólo una vez más de las veces que hemos caído.
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