HOJA SUELTA
Miedo

Eduardo Soto | DIAaDIA

Conduzco por un angosto y polvoriento camino, monte adentro. El sendero se tuerce con crueldad, y apenas permite mirar dos metros adelante, donde la noche abre malévola su tenebroso hocico negro para tragarse la vía.

Frío... Miedo...

De repente..., un león. Es un animal enorme, del tamaño de un tanque de guerra. Saltó de entre la espesura y vino a caer sobre el capó, lo que me hace frenar en seco. Una palabrota se me escapa del alma cuando lo miro ahí, sobre nosotros, y suelto otra cuando el bicho me mira con las ponzoñas amarillas que tiene en lugar de ojos. Ruge. ¡Qué boca tan amenazadora! ¡Qué colmillos para largos y brillantes! Cuando pone la garra sobre el vidrio delantero del carro, como una señal de alto, perentoria y urgente, pienso en lo fácil que le será partirme en dos. Más a mis hijos, quienes, a pesar del pánico, no gritan.

El bicho rompe el vidrio. Lo único que tengo a mano es un destornillador y un escapulario. Salgo del carro, para alejarlo de los niños. El animal se lanza sobre su presa. Las fauces se abren para tragarme. Miro la sangre que brota a torrentes de mi estómago, pues el animal lo abrió de un tajo. Caigo. El bicho está sobre mí, rasgando, mordiendo, triturando... le clavo el destornillador en un ojo y la bestia, como si nada, hunde sus colmillos en mi cuello...

...Suelto el escapulario ensangrentado.

Algo de esto, que parece una pesadilla, me está ocurriendo. Tengo a mi bebé, la más pequeña de la casa, en el hospital, con alguna extraña dolencia dañándola. Y tal vez le está pasando esto porque metí el carro del hogar por caminos escabrosos.

En casa nos sentimos así, heridos de muerte, sorprendidos a media noche por un monstruo que nos clava sus uñas filosas. Y como arma apenas tenemos una antigua y ruinosa camándula.

Ciudad de Panamá 
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