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HEURISTICO
Culturas violentas

David Robinson | DIAaDIA

"Quisiera vivir dentro de la barriga de mi madre, porque allí no me puede pegar". Un niño de la ciudad de Panamá

A mi entender, la violencia, a pesar de Darwin, es un comportamiento más cultural que biológico. Basta observar el proceso de la polinización, el ejemplo clásico de cooperación entre una especie vegetal y otra animal, donde ambas salen beneficiadas, y veremos con otros ojos eso de la supervivencia del más fuerte.

La violencia humana, me parece, es motivada por el afán de poder y dinero. Así vivimos en culturas violentas fruto de políticas que persiguen la acumulación de la riqueza en unas pocas manos. Por ejemplo, las actuales maras centroamericanas tienen como antecedente más lejano la esclavitud y el racismo que sufrieron los afroamericanos en los Estados Unidos de América; gracias a esas execrables prácticas aparecieron las pandillas juveniles en ciudades como Los Ángeles; el antecedente más cercano es la persecución de los pandilleros afroamericanos contra jóvenes salvadoreños, la respuesta de estos últimos fue organizarse en las sangrientas maras.

¿Acaso la actual especulación con el petróleo y los alimentos no han convertido nuestro planeta en un lugar más violento? Yo no espero otro comportamiento de aquellos que se han adueñado de la tierra y la expolian sin pensar en el mañana ni en el sufrimiento que provocan. Pero pienso mucho en los pacificadores, aquellos cuyo discurso siempre gira en torno a una condena a la violencia y a la promoción de la paz. Y creo que, precisamente, no están haciendo el mejor papel. Quisiera pensar que soy uno de ellos, así que corrijo, no estamos haciendo el mejor papel.

Por ejemplo, la poeta Luz Lescure pregunta sobre el porqué proporcionamos a nuestros niños un objeto tan bello como lo es una piñata y luego le damos un palo para que la destruyan. Ella añade, ¿no les estamos enviando a los niños el mensaje de que tienen autorización para destruir algo bello? Y yo me pregunto, ¿no son los padres los que más desean que sus hijos posean una vida sin violencia? ¿No hay una contradicción, entonces, entre la práctica y los deseos?





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