Siendo las 6 de la mañana, me encontraba otro día más camino hacia el hospital para enfermos con cáncer. Los doctores ya conocían el caso: Mi hermana tenía un agudo dolor en los senos y un olor fétido por la pus que se estaría formando.
Entró mi hermana al consultorio para recibir sus documentos y el diagnóstico, y mientras ello ocurría, mi madre se dirigió a una pequeña capilla ubicada dentro del mismo hospital a orar por su mejoría y su recuperación. Regresó mi madre a la puerta del consultorio para esperar que ella saliera con sus resultados y ayudarla en ese momento, pues sabía que lo que afrontaría no sería nada fácil.
Al abrirse la puerta del consultorio, mi madre vio a mi hermana salir muy desconcertada con sus documentos en mano, por lo que mi madre supuso lo peor. Sin embargo, cuando mi madre se acercó, ella le contó que daba gracias a Dios, pues no tenía absolutamente nada, que estaba sana, que ni los doctores se explicaban, pero que ya no tenía ningún problema: Estaba curada.
Fue en ese momento, cuando mi madre le preguntó por el doctor que la acompañó hasta la puerta, ya que tenía facciones de extranjero; a lo que mi hermana le respondió que no, que solamente estaba el doctor y la enfermera que siempre la atendían. Pero mi madre sí lo había visto y pudo reconocer finalmente quién era ese hombre: Se parecía mucho a la imagen que nos han presentado de Jesús.
Ella ahora tiene 28 años, es casada, con dos hijos, y su salud es inquebrantable.
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