Escribo esta columna desde Valencia, en el estado de Carabobo, Venezuela, donde participé en un encuentro con estudiantes y colegas periodistas en el que se debatió el tema del papel de la prensa en los sistemas democráticos.
No hay nada como conversar con jóvenes que comparten el sueño de luchar por un mejor país, para admirar la grandeza de quienes nos reemplazarán en el inexorable camino del relevo generacional.
Durante el encuentro, capté un compromiso serio de estudiantes de periodismo de la Universidad Arturo Michelena con la democracia, con el deber de informar, con el deseo de convertirse en profesionales beligerantes y no peones de ningún sistema de gobierno, democrático o no.
Mientras desde el podio conversaba con ellos, no podía dejar de mirar sus expresiones, de admirar su avidez por aprender, y pensaba, con regocijo, que mientras haya jóvenes así, el periodismo serio y ético está garantizado.
Por supuesto que las preguntas sobre mi opinión y el resto de los participantes, en relación con la libertad de prensa en Venezuela, no dejaron de escucharse durante toda la jornada. Fue difícil, aunque no imposible, tratar de hacerles entender que no estábamos allí para opinar específicamente sobre el caso de Venezuela, sino para que analizáramos, en conjunto, el papel fiscalizador de los periodistas en cualquier sistema de gobierno, en cualquier país.
Los "chamos" se comportaron como verdaderos periodistas: fueron incisivos, estaban preparados para preguntar, no perdían ni pie ni pisada a los exponentes, no se conformaban con respuestas tibias. Eso me dejó una grata opinión sobre la juventud estudiosa de ese país.
Por otro lado, noté una seria preocupación por la libertad de prensa, pero a la vez, un notable compromiso con la defensa de esa libertad.
Regreso a Panamá con la impresión de que con la calidad de periodistas venezolanos y con la pasión de los futuros comunicadores sociales, la prensa está en buenas manos, y su papel en el seno de la sociedad, debidamente garantizado.