Estaban dos jóvenes recién casados sentados en una hamaca, allá en un pueblo del interior, disfrutando de una noche estrellada.
Era un escenario romántico para la pareja, que apenas iniciaba su convivencia.
De repente, dice ella: "pape, mirá qué bonita y brillante se ve la Luna. ¡Joo!, ¿no te parece linda?".
Él, perdidamente enamorado, le contesta con un suspiro: "Sí, mi amor, pero la Luna no brilla tanto como tus ojitos bellos que iluminan mi vida". Y volvió a abrazarla mientras ambos miraban el cielo, embelesados.
Pasaron 20 años.
Una noche, tantos años después, bajo otra noche estrellada e iluminada por la Luna, la misma pareja, ahora sentada ella en una banqueta, y él en otra amolando un machete, casi sin mirarse, entablaron este diálogo:
Dice ella:
"Oye, tú na`más te la pasai amolando machete, ¿no tai viendo qué bonito se ve el cielo y cómo brilla la Luna?".
Y él, sin quitar la mirada del machete, y con gesto de aburrimiento, le contesta:
"Bueno, ¡tú sí tai zoqueta! ¿No tai viendo que es Luna llena´... cómo diablo no va a brillá?".
Traigo a colación esta historia porque hace unos días, yo me quejaba con mi esposo de que hace mucho tiempo que no me regala flores. Él, ni corto ni perezoso, me recordó que cuando estábamos recién casados, yo me desvivía por prepararle los langostinos que tanto le gustan. Ahora, primero son los hijos, después el trabajo y ya no queda tiempo... ni dinero para preparar langostinos.
Ambos nos reímos recordando el cuento de la Luna, pero aunque fue una broma, me quedé pensando que con los años, los matrimonios se zambullen en el diario bregar para sobrevivir, y nos olvidamos a veces de consentir a nuestras parejas. No es que el amor se va, al contrario, se fortalece, pero los detalles son importantes. Hay que darse tiempo para estar solos, aunque no haya flores, langostinos ni Luna llena. Con ello renovamos el amor y fortalecemos la relación.