La casita del tío Polo estaba detrás de la del abuelo (bisabuelo) Agustín. No recuerdo haber entrado nunca, era de barro. Del lado derecho estaba la cama, había también una mesita, mucha ropa en gancho y otras cosas que ya no recuerdo.
El tío Polo casi no hablaba, cada mañana la abuela nos mandaba a llevarle la crema del desayuno, yuca, el pan que se le compraba al "señor del pan", quien lo llevaba en bicicleta, claro, acompañado de su queso blanco u otras cosas.
Después de que se aseaba el tío, con la ayuda de su bastón, caminaba hasta debajo de uno de los palos de naranja donde estaba su silla de siempre, allí pasaba el día, viéndonos a nosotros "corrinchar" por el patio, sin decir una sola palabra.
Nunca supe si el tío tuvo hijos, mi papá nos cuenta que él decía que sí, pero él tampoco los conoció. Y es que la personalidad del tío Polo generaba en mí mucha curiosidad, pensaba que era porque ya estaba viejito y por eso no hablaba, o quizás simplemente era de poco hablar.
Y es que de un "¿tío, cómo está?", sólo salía un "bien", ni una otra palabra más. Excepto cuando se daba sus lujos, pues todos los días después de la sopa, se tomaba una soda de naranja, ¡ajá!, ahí sí que le sacábamos unas cuantas palabras, cuando nos mandaba a buscar la soda, que debo confesar que en más de una ocasión me le goloseé un traguito. (Lo siento, abuela...)
Cuando murió, no fui llevada a su sepelio. Al tiempo su casita fue derrumbada, allí se ubicó el dormitorio de las gallinas, que posteriormente también desapareció, pero el recuerdo de ese viejito sentado debajo del palo de naranja con su bastón en la mano, años después, aún perdura en mi mente.