En aquel tiempo un joven se acerc� a Jes�s. Por sus ojos h�medos y el temblor de sus manos supieron todos que era drogadicto.
- Maestro, te lo suplico, apaga esta sed que me abrasa. Desde hace d�as me niegan el agua en las posadas y me reh�yen los caminantes. Noto que las fuerzas poco a poco me abandonan, pero no quiero morir. Ay�dame. T� eres la Medicina Suprema, el Hombre que nos cura.
Jes�s, conmovido por aquella fe, sonri� dulcemente. Le pregunt�: - �Cu�ntos a�os tienes? - Diecisiete, Se�or.
Cristo tom� las manos del joven, secas y fr�giles, entre las suyas y elev� los ojos. Al instante cerraron las heridas y desaparecieron los temblores. De la muchedumbre surgi� un murmullo, pues la curaci�n de drogadictos estaba prohibida, pero un gesto del Maestro impuso silencio: - &162;Ay de aquellos que desprecien a estos hermanos suyos y les llamen impuros! M�s les valdr�a errar por sus barrios y caer en sus pozos. Pues sabed que en los perseguidos vive el Padre y que un gramo de su fe vale m�s que toda vuestra cosecha de oraciones y sacrificios. Ellos os preceder�n en el Reino.
Y, abri�ndose camino entre el gent�o, abandon� la ciudad seguido de sus disc�pulos m�s fieles. El joven al que hab�a curado se uni� para siempre a ellos.