Los cuerpos casi moribundos cayeron al suelo. Exhaustos, sin aire y opacados por la deshidratación, se desplomaban como grandes troncos de madera.
El calor humano los revivía. Los abrazos, la ayuda inmediata, el agua y las palmaditas fueron su mejor medicina.
Los atletas de hierro se lanzaron al agua a las 8: 00 de la mañana para pelear con las olas. Salieron y treparon a sus bicicletas; luego algunos corrieron con destino a la gloria y otros al extremo agotamiento.
La buena organización apoyó con personal que otorgaba masajes instantáneos.
Dos preparadores físicos estiraban los músculos y le devolvían el alma al cuerpo, acostado en las camillas.
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