Ya comenzaron los exámenes bimestrales y con ellos, un dolor de cabeza, al estilo de la más feroz migraña, aqueja a muchos padres de familia.
Son miles los padres y madres que salen de sus trabajos a las 5: 00 de la tarde, para correr a cocinar y a poner a estudiar a sus hijos. Si no lo hacen, el fracaso no se hace esperar.
Cuando los observo, me siento la peor madre del mundo. Sí, la mamá más maluca que jamás ha habitado la tierra. ¿Por qué? Porque yo no tengo esas correderas, no porque mis hijos sean excelentes en la escuela, ¡qué va!, sino porque estoy convencida de que si yo les hago las tareas y tengo que estar con ellos pullándolos para que estudien, el día que no esté, serán seres nulos, incapaces de hacer algo por ellos mismos.
Es cierto que hay que ayudarlos, guiarlos, estar pendientes de que cumplan con su deber, con una responsabilidad que hoy día nadie parece inculcárles. Todo lo que saben es que tienen derechos, pero nadie, insisto, nadie, les habla de sus deberes.
Si desde temprano aprenden que tienen derechos, pero también tienen responsabilidades, serán seres equilibrados, con sentido de lo que deben hacer y lo que no.
Pero si esa responsabilidad la asumen los padres, entonces que nadie les diga después que tienen que ser responsables, cuando ya es demasiado tarde.
Se quejaba mi hija un día de que a una compañera la mamá le había hecho una bonita manualidad, un adorno de cocina para ser exactos, y había "ganado" cinco, y que ella, que tanto luchó para confeccionarla, había ganado cuatro. Yo le dije: "A veces, un cuatro puede significar un cinco". Y le expliqué por qué. Ese adorno, con sus imperfecciones, hoy está en el lugar más visible de mi cocina. Cada vez que lo veo, pienso en la noche aquélla en que ella luchó tanto para terminarlo, y la felicito con el pensamiento. La espinita de mamá maluca me pincha, pero sé que mi hija y sus hermanos podrán enfrentar la vida cuando yo no esté.
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