Éramos la única familia en el restaurante con un niño. Yo senté a Daniel en una silla para niño, de repente, pegó un grito con ansia y dijo: "¡Hola amigo!", golpeando la mesa con sus manos.
Miré alrededor, vi la razón de su regocijo.
Era un hombre andrajoso con un abrigo en su hombro; sucio, grasoso y roto. Su camisa estaba sucia y su cabello no había recibido una peinilla por largo tiempo. Estábamos un poco lejos de él para saber si olía, pero seguro que olía mal y estaba borracho. Sus manos comenzaron a menearse para saludar. Ante la mirada de todos sentimos vergüenza, ese viejo sucio estaba incomodando a nuestro bebé; en ese momento terminamos de comer y mientras mi esposa pagaba la cuenta, yo la esperaba con mi hijo en los brazos. El viejo se encontraba muy cerca de la puerta de salida. "Dios mío, ayúdame a salir de aquí antes de que este loco le hable a Daniel" -dije orando, mientras caminaba cercano al hombre. Le di un poco la espalda tratando de salir sin respirar ni un poquito del aire que él pudiera estar respirando. Mientras yo hacía esto, Daniel se volvió rápidamente en dirección hacia donde estaba el viejo y puso sus brazos en posición de "cárgame", se abalanzó desde mis brazos hacia los brazos del hombre. Rápidamente, el muy oloroso viejo y el joven niño consumaron su relación amorosa. Daniel, en un acto de total confianza, amor y sumisión, recargó su cabeza sobre el hombro del pordiosero. Nunca dos seres se habían amado tan profundamente en tan poco tiempo.
|