Tengo amigos que no saben cuánto son mis amigos. No perciben el amor que les profeso y la necesidad que tengo de ellos.
La amistad es un sentimiento más noble que el amor. El amor tiene intrínseco los celos, que no admite la rivalidad. Yo podría soportar, aunque no sin dolor, que hubiesen muerto todos mis amores, mas enloquecería si muriesen todos mis amigos. Hasta aquellos que no perciben cuánto son mis amigos y cuánto mi vida depende de sus existencias...
A algunos de ellos no los frecuento, me basta saber que ellos existen. Esta mera condición me llena de coraje para seguir en frente de la vida. Más, porque no los frecuento con asiduidad no les puedo decir cuánto gusto de ellos. Ellos no lo creerían.
Es delicioso que yo sepa y sienta que los adoro, aunque no se los diga y no los frecuente. Cuando los frecuento, noto que ellos no tienen noción de cómo me son necesarios. Si uno de ellos muriera, yo quedaría torcido para un lado. Si todos ellos murieran, yo me desmoronaría. Es por eso que, sin que ellos sepan, yo rezo por su vida. Y me avergüenzo, porque esa súplica está, en síntesis, dirigida a mi bienestar. Ella es, tal vez, fruto de mi egoísmo.
A veces, me sumerjo en pensamientos sobre alguno de ellos. Cuando viajo y estoy delante de lugares maravillosos, me cae alguna lágrima, porque no están junto a mí compartiendo aquel placer...
La gente no hace amigos, los reconoce.
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