Desde el pasado 20 de mayo, nuestra querida selección nacional de fútbol no jugaba un partido en el Estadio Rommel Fernández. Aquella noche, Panamá venció 1 por 0 al River Plate de Argentina, ante unos cuatro mil fanáticos.
Anoche, una cantidad similar acudió para apoyar al equipo. Tengo que reconocer que cuando llegamos al coloso de Juan Díaz, un sentimiento de tristeza embargó nuestra mente, pues se podían contar las personas que en ese momento trataban de entrar.
Sin embargo, con el transcurrir de los minutos y empezado ya el partido contra El Salvador, poco a poco fueron llegando aquellos fieles amantes del deporte del balompié, y esos verdaderos creyentes en la escuadra criolla, para impedir que esos once guerreros del fútbol salieran a jugar, sintiéndose un tanto huérfanos de apoyo.
Los gritos al aire, las reacciones espontáneas y los saltos en cada jugada de peligro que Panamá creaba comenzaron a aparecer; pero, en medio de ello, apareció también un fanático sumamente disgustado, porque en la entrada le cobraron cinco dólares con 25 centésimos por su hijo de cuatro años. A cambio no le entregaron su boleto.
Al igual que este fanático, muchos consideraron que el boleto estaba muy caro, porque se trataba de un amistoso contra una selección que no anda en su mejor nivel.
En la pasada eliminatoria, la "marea roja" demostró que en las buenas y en las malas está con la selección. Pero anoche, quizás esa misma marea pudo haber llenado el estadio si la Federación Panameña de Fútbol hubiese considerado poner precios más accesibles.
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