Para los tiempos de depresión, la comida y el dinero faltaban y el trueque se usaba mucho.
Un día en particular, el Sr. Miller me estaba empaquetando unas papas. De repente me fijé en un niño pequeño, delicado de cuerpo y aspecto, con ropa roída, pero limpia, que miraba atentamente un cajón de arvejas frescas maravillosas.
Admirando las arvejas, no pude evitar escuchar la conversación entre el Sr. Miller y el niño, quien le decía que no tenía con qué pagar las arvejas, sólo su "canica más valiosa".
"¿De veras? ¿Me la dejas ver?" "Acá está. ¡Es una joya!" "Ya lo veo. Mmmm... el único problema es que ésta es azul y a mí me gustan las rojas." "Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de arvejas a casa y la próxima vez que vengas me traes una canica roja".
De esta manera, el tendero lograba que estas familias comieran.
Recientemente, tuve la oportunidad de visitar unos amigos en esa comunidad en Idaho. Mientras estuve allí, me enteré de que el Sr. Miller había muerto.
Esa noche sería su velorio y sabiendo que mis amigos querían ir, acepté acompañarlos.
Al llegar a la funeraria, nos pusimos detrás de un hombre joven, vestido como un profesional, quien puso entre las manos del señor Miller una canica roja, tan brillante como una joya. Y al acercarnos más, oímos que le decía al difunto: gracias, muchas gracias.
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