Fantasmas

Redacción | DIAaDIA

Esta historia ocurrió en una urbanización de un barrio residencial, donde todas las familias vivían en las burbujas de sus casas, acompañados apenas por su familia y sus mascotas.

La protagonista de nuestro relato vive en un chalé, cuya vecina de al lado poseía un loro que estaba todo el día molestando con sus gritos y silbidos, y encima la familia propietaria le reía las gracias, porque creían que era muy divertido y curioso que el puñetero lorito hablara.

El caso es que un buen día, la protagonista de la historia se encontró con que su perro traía en la boca el dichoso loro. Muerto, claro, que es cuando se dio realmente cuenta de que era un buen día.

Recriminó al perro su fea acción, pero tras darle unas galletitas de premio, pensó que a la vecina no iba a hacerle mucha gracia la noticia.

No sabiendo cómo explicárselo, no se le ocurrió otra cosa que saltar la tapia que separaba ambos chalés y volver a meter al fiambre de loro dentro de su jaula, que colgaba vacía de la pared de su amiga.

Volvió sobre sus pasos tratando de no dejar huellas de su entrada en la residencia. Cuando se iba, no pudo evitar reír un poco por lo pícaro de su acción.

Al llegar su vecina a casa, después de unos días, se dirigió a ella con aire apesadumbrado. "Vecina, estoy asustadísima". "¿Y eso?", inquirió la protagonista... "Es que, fíjate, la semana pasada se me murió mi pobre lorito y lo enterramos al lado de aquel árbol. Y hoy llego y ... ¡ahí está otra vez, tieso en su jaula"!

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