Cuando "Calicho" cumplía apenas cuatro años, él se moría por jugar con una pelota de béisbol... Una improvisada bola de papel era su juguete preferido... Con ella saciaba su delirio y al mismo tiempo soñaba con ser grande... con llegar a brillar en la Gran Carpa.
Así, de esta forma comenzó el orgullo de Boquerón, en Chiriquí, una larga y a veces espinosa carrera que hoy lo tiene a punto de acariciar el éxito, muy cerca del clímax que todo pelotero desea alcanzar, en fin, listo para comenzar a escribir con letras doradas su historia como beisbolista de las Grandes Ligas.
Carlos Joaquín Ruiz Ríos se constituyó la noche del miércoles en otra figura que simbolizó el triunfo de los Filis. El panameño se encargó de capturar la última pelota del partido cuando el cerrador Brad Lidge forzó a Nomar Garciaparra, de los Dodgers, a pegar un elevado de "foul" por el lado izquierdo del plato.
Ruiz esperó la pelota con impaciencia, pero con la seguridad de que no la iba dejar escapar ni que se le cayese del guante para luego comenzar a celebrar.
"La verdad es que la bajada de la pelota me pareció eterna, de una hora, como que nunca terminaba de bajar", declaró Ruiz a la agencia EFE
LOS RELATOS DE UNA MADRE
Cuenta su mamá, Inocencia Ríos, que Carlos mostró su amor por el béisbol prácticamente desde que comenzó a caminar. Lo hizo con un talento innato, pues nadie antes en su familia lo jugó.
"Desde que empezó a caminar él siempre andaba buscando algo que se le pareciera a una pelota y la andaba lanzando. Yo veía que él siempre buscaba algo para tirar, hacía bolitas de papel y las tiraba, incluso llegué a notar que hasta con una chancleta que uno le tirara él la bateaba, y así se fue. Cuando cumplió cuatro años, su inclinación por el béisbol se hizo más notoria, porque desde que llegaba la Navidad siempre me decía que le comprara la bola, el bate y la manilla", dijo desde su residencia en la barriada Las Mercedes la orgullosa progenitora.
NO TODO HA SIDO COLOR DE ROSA
"Calicho" proviene de una familia humilde y es el mayor de tres hermanos (Carlos Joaquín, Joaquín y Samy Eduardo). Cuando tenía tres años, su madre, que es docente, fue nombrada en la lejana región de Río Sereno y tanto él como sus hermanos tuvieron que quedarse al cuidado de su abuela. Después, su padre Joaquín Ruiz, que era sargento, falleció en un accidente de tránsito en la comunidad de Volcán, cuando él apenas cumplía seis años y su madre tuvo que hacerse cargo sola de su crianza. Allí se vio obligada a llevárselos para Paso Canoa a estudiar, ya que había sido trasladada a ese sector.
Sin la figura paterna en casa y con el apoyo de su progenitora, el joven se refugió en el béisbol y poco a poco se fue reponiendo de ese duro golpe.
Comenzó a jugar en ligas barriales y así tuvo la oportunidad de cruzar por primera vez las fronteras cuando viajó a Costa Rica con su equipo, aunque nunca jugó por ser menor que el resto de los niños.
"Siempre lo apoyé en eso y lo acompañé, y él me decía: Mami, no pelee ningún puesto que eso yo lo hago solo. Acuérdese que yo soy el que tengo que defenderme allá y yo me voy a ganar mi puesto".
El chiquillo resultó ser tan bueno en los equipos que tuvo, que antes de llegar a Estados Unidos, ya había viajado a 13 países y hasta dejó de acompañar a su progenitora el Día de las Madres, porque todos los años se iban en diciembre a participar en torneos en el extranjero.
Cuenta la señora que en una ocasión, cuando él cursaba el cuarto grado, en lugar de estar estudiando lo sorprendió practicando su firma. Ella lo regañó porque pensaba que estaba perdiendo el tiempo y él le respondió llorando que quería aprender a hacer la firma de Grandes Ligas.
Hoy, esa firma que muchas veces lo hizo derramar lágrimas en su niñez, es la misma que estampa siendo ya un Grandes Ligas. Es esa misma firma la que hoy "Calicho" le recuerda jocosamente a su madre y le hace sonreír de alegría, la que hace sentirse extremadamente feliz y le hace tener el pecho henchido de orgullo y emoción.
Es esa madre que muchas veces lo regañó, la que hoy le envía desde Boquerón muchos abrazos y bendiciones, pero la que también le recuerda que: "una sola golondrina no puede subir alto, por tanto, acuérdese encomendarse a Dios cada vez que va a salir al campo".
DECLARACION
"Sabía que la pelota no era difícil de capturar, pero se me hizo muy larga toda la secuencia y hasta le hablé a la bola para que bajase antes".