Me dieron ganas de escribirte, no podía dejar de pensar en ti. Me hubiese gustado tanto poder contarte lo que me sucedió hoy. Sé que me hubieses prestado toda tu atención y me hubieses dado un buen consejo.
Es verdad que a veces no nos poníamos de acuerdo y no nos entendíamos, pero yo sabía que en los momentos en que te necesitaba podía incondicionalmente contar contigo. Me gustaría que vieras a lo que he llegado, me haría feliz saber que, quizás, he podido cumplir alguno de los sueños que tú tenías para mí... y tenerte en mi casa y poder cuidarte como tú siempre me cuidaste en la tuya... y compartir una mesa y sentir ese aroma que tenían todas tus cosas.
¡Lo que daría por poder sentarme a tu lado, tomarte de la mano y volverte a escuchar!
Y por volver a sentir tus manos y tus besos, esos besos de alegría cuando me veías llegar, y tus abrazos de despedida que no me querían soltar, y por volver a ver tus ojos mirándome con amor, y escuchar tu risa y tu voz. Me pregunto por qué al recordarte, ahora que he crecido, puedo comprenderte tanto y, a la vez, me siento más niño que nunca. Me haces tanta falta...
No podía dejar de pensar en ti mientras te escribía esta carta.
Esta carta que sé que jamás la enviaré, mientas buscaba las palabras pude gozar de tu compañía invisible y sentir en mi corazón que más allá de los latidos, más allá de los años y los días, y más allá de la vida... siempre estaremos juntos.