Mentiritas

Redacción | DIAaDIA

Uno de mis primos de Chupampa me aseguró que las manchitas blancas que tenía en las uñas de las manos eran signos de las mentiras que le decía a mi mamá. La cosa era así: por cada embuste, una mancha.

Debo decir que casi no se me veían las uñas en ese tiempo. Es que me las comía. Y, además, lo que quedaba estaba todito cubierto por una película blanquecina.

Con el tiempo, para tranquilidad de mi conciencia, me enteré de que esas manchas no eran otra cosa que la evidencia de la desnutrición o, como me explicó un médico amigo, señal de la falta de alguna vitamina importante en el cuerpo flacucho que entonces mal llevaba.

Eso tiene sentido. Era un niño pobre, hijo predilecto de la lipidia y, por mucho plátano verde y sopa de hueso que me dieran, algún grado de hambruna debía padecer.

Pero eso lo entendí después. Al principio creí a pie juntillas eso de las mentiras vinculadas a las manchas blancas. Empecé a revisarlas cada vez que podía. Hacía una fiesta cuando desaparecía alguna, y la depresión (esas como dolor de caballo que le dan a los pre-adolescentes) hacía presa de mí cuando, de la noche a la mañana, tenía una..., dos..., tres..., ¡cuatro y más!

Lo que pasa es que siempre he sido un virtuoso en eso de mentir, y al inicio me preocupaba. Antes de ser expulsado del vientre, seguro que ya tenía listo un cuento para que ninguna nalgada me obligara a llorar.

Claro que explico la situación por mi vocación de escritor, siempre el que se apasiona con las letras inventa mundos, histéricas biografías para sus personajes de ficción, alocadas historias que se van tejiendo con otras más absurdas todavía, hasta llegar a un final estruendoso, sin pie ni cabeza, que los lectores se tragan sin digerir.

Cuando me quedó claro el asunto, acepté mis atributos de inventor y dejé de sufrir. Eso vino junto con el salario que empecé a ganar, la mejoría de la dieta y, por ende, la desaparición de las benditas manchas.

Pero entonces tropecé de frente con otra realidad: por más creador de mundos que sea, aun cuando me considere invencible en el terreno de las mentiritas, esas que sirven para reírse de la vida antes que ella se ría de mí, por más buenas que sean algunas de esas trampas que le pongo al destino, siempre hay alguien superior a uno. Siempre te vas a topar con un ser superior, de esos que usan faldas, porque el hombre miente más, pero la mujer mejor.

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