Hay elementos que no ligan. Simplemente son como una caja fuerte: no se le ve la combinación por ningún lado.
Justamente así es el licor con el deporte.
Medito sobre esto luego de la muerte de un primo muy querido, un deportista destacado que, sin embargo, terminó siendo alcohólico.
Casi toda su vida estuvo ligada al béisbol, hasta que enfermó y ya no jugó más. Lástima. Quizá pudo llegar al Yankee Stadium, pero el licor truncó su futuro. Eso sí, siempre fue un hijo devoto, un buen padre y un gran hermano.
No puedo, de ninguna manera, asegurar que la práctica de su deporte favorito en los campos de juego de la provincia determinaron su final. No. Pero sí puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que tanto en juegos de niños como de adultos, se observa la costumbre de libar y hasta de vender cervezas en los campos deportivos. Muchas veces, con la excusa de recaudar fondos para la compra de uniformes, tacos, implementos o el mantenimiento de las canchas.
Eso es preocupante, porque nuestros niños y jóvenes no deben ni siquiera acercarse al cigarrillo, al licor o a las drogas, Pero si los tienen cerca, o ven a los adultos, que son sus ídolos, fumando, libando o drogándose, entonces seguirán ese ejemplo, porque la costumbre se hace hábito.
De ser así, serán muchos los que verán sus vidas truncadas por el vicio y luego por la enfermedad. Entonces, las actividades deportivas que se realizan con el propósito de tener una mente sana en un cuerpo sano, terminarán practicándose en gigantescas cantinas al aire libre, con el aval de gobernantes y gobernados.
Ya se han dado avances para erradicar esta mala práctica, pero todavía nos queda mucho por hacer. ¡Hagámoslo ya!
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