Todo estaba preparado para aquel día ya lejano de 1977.

Los estudiantes del Colegio Rodolfo Chiari de Aguadulce, viajaríamos a presenciar la llegada de Jimmy Carter a Panamá y a participar en la concentración que habría en la Plaza 5 de Mayo, para celebrar la firma de los Tratados Torrijos-Carter.

Yo era estudiante graduanda y participé en la organización del viaje.

Imagínense cómo se sentía un estudiante de VI año, del interior de la república, ante semejante aventura. La emoción (tan sólo viajar a la capital ya lo era), invadía mi corazón y el de mis compañeros.

A las 6: 00p.m. del día anterior, cuando preparaba el uniforme y limpiaba los zapatos para el viaje de la madrugada siguiente, pasó lo peor que podía pasar.

Me sentí afiebrada, me dolía debajo de ambas orejas y comencé a sentir molestia para tragar. Una bola se me estaba formando a ambos lados del cuello.

Me quedé calladita. No dije nada porque sabía que no me dejarían viajar. Varios de mis compañeros me llamaron antes de acostarnos a dormir y yo seguía callada.

Pero, ¡qué va! A las 9: 00 de la noche, tuve que hablar. Me tomaron la temperatura y tenía 39 grados de fiebre. La sentencia no se hizo esperar: ¡no puedes viajar a Panamá! ¡Tenía papera!

¡No! Fue triste cuando me pasaron a buscar a las 5: 00 de la mañana y mis compañeros se despidieron de mí desde las ventanas del bus.

Han pasado 29 años, y ahora, viene a mi memoria aquella primera vez que voté: Fue, precisamente, en el referéndum para aprobar los tratados.

Hoy, la historia es otra, pero desde el fondo de mi corazón doy gracias, porque cada vez que voto, me siento como la colegiala aquélla que quería viajar a la ciudad en 1977. La emoción me invade y el orgullo también, porque pese a que la historia del país no ha sido color de rosa, tenemos el privilegio de ser libres y podemos elegir cómo queremos vivir nuestro futuro.