HISTORIAS
Lo que digo...

Redacción | DIAaDIA

Un joven abogado, acabado de graduar del Colegio de Leyes y comenzando su primer dí­a en el trabajo, se sentó en la comodidad de su nueva oficina dando un gran suspiro de satisfacción.

Habí­a trabajado duro por mucho tiempo para saborear ese momento. Mientras sus amigos cortejaban a chicas y bebí­an los fines de semana, él estudiaba esos grandes libros que tienen que aprenderse como poesí­a los abogados.

Entonces, notando un posible cliente que se acercaba a su puerta, comenzó a parecer ocupado y enérgico. Abrió su libreta tamaño legal y, con su pluma en mano, tomó el teléfono, lo sujetó con su barbilla y comenzó a escribir con rapidez mientras decí­a:

-Mira Larry, en cuanto a ese trato de fusión, pienso que mejor me llegó a la factorí­a y lo manejo en persona. Sí­. No. No pienso que tres millones de dólares lo logren.

Mejor hagamos que Smith, de Los Ángeles, se reúna con nosotros allí­. Está bien. Te llamo más tarde.

Colgando el teléfono, colocó la pluma en el escritorio, levantó la mirada a su visitante, se puso de pie, le extendió su mano y le dijo con la voz más cortés y llena de confianza que tení­a como abogado:

-Buenos dí­as. ¿Cómo puedo ayudarlo?

El posible cliente respondió:

-En realidad, sólo estoy aquí­ para conectar su teléfono.

Muchas de las debilidades o fallas, no necesitan ser mostradas, es decir, si tú no las dices, ¡otros no las sabrán!

Hay un viejo adagio que dice: "Una boca cerrada no recoge alimento". En ocasiones lo mejor es, ¡mantener tu boca cerrada!

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