Castigar para modificar conducta

El castigo debe ser la última alternativa utilizada por los padres para modificar las conductas de sus hijos, incluso la de ellos mismos. Cuando nos referimos a estrategias de modificación de conducta existen varias alternativas: la modelación, el moldeamiento, el refuerzo positivo, el refuerzo negativo, la saciedad y el castigo. Cada una de esas estrategias busca aumentar o extinguir la presencia de un comportamiento.

¿Por qué el castigo no?

En principio el castigo parece ser eficiente por su resultado inmediato en aplacar la conducta no deseada, es parecido a una píldora que elimina rápidamente los síntomas, pero que no cura la enfermedad, no llega a la raíz del problema.

¿Cuántas personas por más veces que hayan caído en la cárcel, justificadamente por el delito cometido, dejan de delinquir? Por otro lado, castigo suele confundirse con disciplina y no se trata de lo mismo. Para adquirir disciplina no hace falta el castigo, sino asumir la responsabilidad y el compromiso de cambiar.

En efecto, toda acción tiene una consecuencia y en el caso del castigo como método de crianza, solamente se cosechan resentimientos, vergüenza, temores limitantes, trastornos de ansiedad y una que otra gratitud cuando fue empleado en una situación oportuna. Pero, ojo, el castigo no debe ser la norma, sino la excepción a la regla, porque hay mayor probabilidad de cosechar consecuencias negativas que positivas.

Se aplica

Existe una situación única en donde es justificable el castigo: Cuando de ello depende la vida de alguien.

Si usted va conduciendo su auto y su hijo o hija, que va al lado, le da por mover el timón abruptamente y sin aviso, poniendo en riesgo la vida de ambos, la reacción precisa es un golpe en la mano y una corrección con voz enérgica que confirme lo grave del comportamiento.

Si no se da algo tan grave, lo mejor es no agotar este recurso ni mucho menos viciarlo, pues cuando realmente lo necesite no va a tener el efecto correctivo deseado.