Se trata de una flor que gira siempre en busca del sol. Y es por esa razón que es popularmente llamada girasol.
Cuando una pequeña y frágil semilla de esa flor brota en medio de otras plantas, busca inmediatamente la luz solar. Es como si supiera, instintivamente, que la claridad y el calor del sol le harán posible la vida.
¿Y qué le sucedería a la flor si la colocáramos en un lugar bien cerrado y oscuro? Seguramente, en poco tiempo, se moriría.
Tal cual los girasoles, nuestro cuerpo físico también necesita de la luz y del calor solar, de la lluvia y de la brisa para mantenernos vivos.
Pero, no sólo es el cuerpo el que necesita de cuidados para proseguir firme. El espíritu, igualmente, necesita de la luz divina para mantener encendida la llama de la esperanza.
Precisa del calor del afecto, de la brisa de la amistad, de la lluvia de bendiciones que viene desde lo alto. Sin embargo, es necesario que hagamos esfuerzos para respirar el aire puro, por encima de las circunstancias desagradables que nos rodean.
Pero, ¿qué sucede con nosotros cuando nos encerramos en la oscuridad de la depresión o de la melancolía y así permanecemos por voluntad propia?.
Debemos entender que Dios tiene un plan de felicidad para cada uno de nosotros y, que para alcanzarlo, es preciso que busquemos los recursos disponibles.
Es preciso que imitemos al girasol.
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