"Se puede ser arrogante cuando se es muy ignorante". Mario Bunge

La literatura panameña vive buenos tiempos. Sin embargo, es fácil confundirse. El glamour nos inunda. Lo malo es que, en este país, ese famoso brillo tiene más de espejismo que de realidad. La iniciativa particular ha sembrado y ya recoge frutos: Librerías, talleres de creación y cuenta cuentos, círculos de lectura, cátedras y cursos especializados a nivel universitario y, lo más placentero, encuentros todas las semanas e inclusive toda la semana, y con su respectivo público asistente. Aplausos para los responsables de este esplendor; ellos y ellas sí son verdaderos padres y madres de la patria, más cuando las instituciones públicas, las que funcionan gracias a los tributos de la ciudadanía, muchas veces se quedan cortas a la hora de cumplir con sus compromisos.

En medio de tan maravillosa efervescencia, ¿cuál es el papel del escritor? ¿Asistir a toda tertulia programada? ¿Codearse con los colegas? ¿Escuchar las ninfas marinas? Prefiero prestar atención y, en lo posible, hacer realidad el consejo de mi buen amigo Juan Antonio Gómez, él siempre me dice: Preocúpate por escribir una obra que dé la cara por ti.

El tiempo tendrá la última palabra en lo referente a la trascendencia. Mientras tanto, a la brega escritores. Escribir es la misión y ella no se cumple con "llantarreas" o zalamerías; ella se cumple escribiendo y escribiendo bien. Sin excusas, con oficio. Cualquier lector puede ejercer su inalienable derecho a la libre expresión y opinar sobre un texto leído en el tono que mejor le parezca, así que hay que escribir para conmoverlo. Si no es así, ¿para qué imprimir un libro?

El glamour es una condena si se abandona el trabajo de escribir concienzudamente por seguirlo. Las sirenas sentenciaron la vida de los marineros. Llegó el día de amarrarse al mástil de la seriedad profesional literaria. ¿O no es así?