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Pasaporte a la vida eterna
Morir, para vivir eternamente. No hay otra forma. Jesucristo con su sangre nos redimió. (Foto: Agustín Herrera / EPASA)

Rosalina Orocú Mojica | DIAaDIA

Estar alerta, caminar con Dios y Jesucristo de la mano y no temerle a la muerte son tres aspectos que resaltó el Reverendo Benjamín Ayechu, cuando le pedimos que compartiera con los lectores de Día a Día reflexiones sobre la muerte.

Expresó que la Iglesia desde los primeros tiempos encomendó a los fieles difuntos en la Eucaristía y otras oraciones, también en la Liturgia de las horas y le dedica un día especial, el 2 de noviembre.

"Oramos por los difuntos porque creemos en la Resurrección", añadió y fue categórico al afirmar que "para los cristianos la muerte no es la última palabra sino la Resurrección".

Ahora bien, acudir al llamado del Señor es algo que no podemos posponer. Una cita con fecha, hora, lugar y condiciones establecidas por Dios. Por nadie más.

"Que no nos encuentre desprevenidos", alertó.

La muerte, explicó, es un paso, una barrera, que tenemos que atravesar para llegar a la vida eterna.

Aunque no se comprenda la muerte y no se le dé la bienvenida, es difícil que la parca no sorprenda a muchos con vacíos, fallas o pecadillos. Han de pasar por el Purgatorio antes de llegar al encuentro con Dios. Y, para que Él los vea con buenos ojos y misericordia, hay que orar por los difuntos.

"Como Cristo murió para resucitar, nosotros estamos llamados a resucitar", dijo.

Hizo la salvedad que Dios no hizo la muerte.

"La muerte ha venido al mundo por el pecado", ya lo dice San Pablo, en la Carta de los Romanos, "si no hubiera habido pecado no hubiera habido muerte".

Añadió que el Concilio Vaticano II nos dice que los hombres están llamados a ir al Encuentro del Señor y el Evangelio de San Juan enfatiza en que si el grano de trigo se echa al surco y no se corrompe de allí no brota vida, por lo que tiene que morir; nosotros igual, morir para resucitar.

Sólo nos queda añadir que en el mundo muchos viven de espaldas a Dios. Enseñar a los niños a conocerlo y hacerlo eje de sus vidas es fundamental, para que sean hombres y mujeres de bien y su nombre sea escrito por el Padre Eterno en el libro de la vida.





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