El año pasado, en la entrada al Periférico por la Avenida Elena, apareció un día una ofrenda floral, con la leyenda «Amor Eterno», al día siguiente una nueva, y al día siguiente otra.
La gente que pasaba por el lugar se dio cuenta y se formaron dos bandos: los realistas, que esperaban que se acabara el amor eterno y los románticos, que esperaban ver nuevas flores todos los días. Las flores las iba a dejar una joven mujer que depositaba el arreglo con llanto amargo. Se persignaba y se quedaba en el lugar rezando durante algunos minutos, luego se marchaba. Sin saberlo, su desconsuelo la convirtió en heroína para la gente que esperaba ver las flores y la leyenda todos los días, algunos con la esperanza de que alguien los ame así, alguna vez. Los realistas, en cambio, conocedores de los vaivenes de la vida, esperaban que acabara el amor eterno una vez la pobre mujer hallara consuelo.
El hombre por quien lloraba había muerto en una trifulca de narcotraficantes, baleado dentro de su carro. El suceso apareció en la prensa y se dijo su nombre, pero casi nadie conectó al narco con las flores del amor eterno.
La última aparición del amor eterno fue cuando se cumplió un año. Cuando la mujer, entre sollozos colocó la ofrenda floral del amor eterno. Se persignó y rezó algunas oraciones, y luego se marchó del brazo de un tipo de bigote, que llevaba botas vaqueras, un cigarro encendido en la mano y una pistola al cinto.
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