El Canal de Panamá ha demostrado ser una empresa eficaz, eficiente y, sobre todo, rentable. Parece que una de las razones del mencionado éxito es su Escuela de Aprendices. Allí el futuro personal de la corporación adquiere el perfil indispensable para laborar en una de las Maravillas de la Modernidad.
Pero dicha escuela no es la única. Hay otra que mantiene viva una industria que viene arrastrándose por casi tres décadas. Allá se matriculan jóvenes de escasos recursos que de otra forma, sólo serían ocupantes de los asientos que brindan las esquinas de los barrios populares. Hablamos de la escuela en que se han convertido los diablos rojos (léase transporte colectivo de ruta urbana de la ciudad de Panamá). Los estudiantes de dicha institución docente reciben el nombre de pavos y pasan el día dando vueltas en un ómnibus con las siguientes funciones: conversar con el chofer, hacer uno que otro mandado y la principal, anunciar a gritos la ruta del coche que ya está anotada en el frente del mismo.
Su éxito se debe, quizás, a que: Prestigia a sus educandos; nada hay como ir colgado del retrovisor de una mole de metal para sufrir un vertiginoso aumento de popularidad entre las chiquillas. (¡Sépanlo! Lo mejor para estropear la personalidad es la pobreza de espíritu y del bolsillo).
A pesar de ser pocos productivos, la escuela de aprendices de diablos rojos les brinda a los pavos una sensación de utilidad que no obtienen en otro lado. ¿Quién los puede acusar de vagancia si llegan agotados a sus hogares después de tanto pavear? Además, les abre un horizonte de posibilidades de supervivencia; mejor chofer de bus que un total desempleado. Y la mejor de todas, algunos reales en el bolsillo. Lástima que este tipo de escuela tan exitosa, no logre ser imitada por otros sectores de la economía nacional.
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