Travesía de la muerte


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Este pequeño va hacia un futuro incierto, en los brazos seguros de mamá, aunque ella va asustada por lo que se encontrará, pero la acompaña su esposo en la travesía.

Fotos: Odalis Orozco

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    Este pequeño va hacia un futuro incierto, en los brazos seguros de mamá, aunque ella va asustada por lo que se encontrará, pero la acompaña su esposo en la travesía.

    Fotos: Odalis Orozco

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    El desayuno en el albergue San José es degustado por estos hondureños, que son el 98 por ciento de los atendidos.

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    Toman un descanso mientras transitan sin dormir, porque pueden caer y perder la vida. Foto; Cortesía/ Albergue Huehuetoca

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    Cada uno cerca del otro para que el frío no se apodere de su cuerpos, mientras viajan están alertas de no ser sorprendidos por los delincuentes.

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    En su estancia en el albergue, lavan su ropa.

  • Travesía de la muerte

    Los familiares de los desaparecidos pegan sus carteles en los albergues.

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    Este pequeño va hacia un futuro incierto, en los brazos seguros de mamá, aunque ella va asustada por lo que se encontrará, pero la acompaña su esposo en la travesía.

    Fotos: Odalis Orozco

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    El desayuno en el albergue San José es degustado por estos hondureños, que son el 98 por ciento de los atendidos.

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    Toman un descanso mientras transitan sin dormir, porque pueden caer y perder la vida. Foto; Cortesía/ Albergue Huehuetoca

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    Cada uno cerca del otro para que el frío no se apodere de su cuerpos, mientras viajan están alertas de no ser sorprendidos por los delincuentes.

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    En su estancia en el albergue, lavan su ropa.

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    Los familiares de los desaparecidos pegan sus carteles en los albergues.

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    Este pequeño va hacia un futuro incierto, en los brazos seguros de mamá, aunque ella va asustada por lo que se encontrará, pero la acompaña su esposo en la travesía.

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    El desayuno en el albergue San José es degustado por estos hondureños, que son el 98 por ciento de los atendidos.

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    Toman un descanso mientras transitan sin dormir, porque pueden caer y perder la vida. Foto; Cortesía/ Albergue Huehuetoca

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    Cada uno cerca del otro para que el frío no se apodere de su cuerpos, mientras viajan están alertas de no ser sorprendidos por los delincuentes.

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    En su estancia en el albergue, lavan su ropa.

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    Los familiares de los desaparecidos pegan sus carteles en los albergues.

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    Este pequeño va hacia un futuro incierto, en los brazos seguros de mamá, aunque ella va asustada por lo que se encontrará, pero la acompaña su esposo en la travesía.

    Fotos: Odalis Orozco

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    El desayuno en el albergue San José es degustado por estos hondureños, que son el 98 por ciento de los atendidos.

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    Toman un descanso mientras transitan sin dormir, porque pueden caer y perder la vida. Foto; Cortesía/ Albergue Huehuetoca

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    Cada uno cerca del otro para que el frío no se apodere de su cuerpos, mientras viajan están alertas de no ser sorprendidos por los delincuentes.

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    En su estancia en el albergue, lavan su ropa.

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    Los familiares de los desaparecidos pegan sus carteles en los albergues.

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    Este pequeño va hacia un futuro incierto, en los brazos seguros de mamá, aunque ella va asustada por lo que se encontrará, pero la acompaña su esposo en la travesía.

    Fotos: Odalis Orozco

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    El desayuno en el albergue San José es degustado por estos hondureños, que son el 98 por ciento de los atendidos.

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    Toman un descanso mientras transitan sin dormir, porque pueden caer y perder la vida. Foto; Cortesía/ Albergue Huehuetoca

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    Cada uno cerca del otro para que el frío no se apodere de su cuerpos, mientras viajan están alertas de no ser sorprendidos por los delincuentes.

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    En su estancia en el albergue, lavan su ropa.

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    Los familiares de los desaparecidos pegan sus carteles en los albergues.

Odalis Orozco/Enviada especial - DIAaDIA

¡Viven un horror! En la búsqueda de mejorar su situación económica o alejarse de las presiones y reclutamientos de los delincuentes y grupos armados de sus países, ciudadanos centroamericanos viajan en un camino incierto, solo para llegar al norte: Estados Unidos o Canadá.

En ese camino, su medio para alcanzar la meta es el llamado “tren de la muerte” o “la bestia”. Todos buscan abordarlo, porque saben que “la migra” no solicita papeles si están arriba de él, en la capota, soportando el frío glacial o el sol infernal. Suben mientras el tren está en marcha, eso incluye a mujeres con sus niños en brazos o en las espaldas, o, peor aún, estando embarazadas. Muchos mueren en el intento.

En ese mismo camino, almas caritativas han construido albergues para atender a los miles de aventureros que buscan el sueño americano.

DÍAaDÍA llegó en horas de la mañana a uno de los albergues de Huehuetoca, Municipio ubicado en el Estado de México, y el frío era insoportable, pero al ver a los migrantes tirados en colchonetas y sin abrigo, cualquier queja era vana; ellos pasaron la noche allí, sin cobijas, con ropas raídas, que apenas les brindaban algo de calor. Esta periodista era afortunada de llevar una chalina de lana.

La odisea de estos hombres y mujeres empieza al atravesar Guatemala para llegar a México, una ruta que parece un camino al calvario porque está llena de peligros, según describe Jorge, un migrante hondureño que se encontraba en el primer albergue visitado. “Muchos vivirán la peor pesadilla y otros encontrarán la muerte, llegar vivo a cada punto de descanso es un logro, casi un milagro”, señala el hondureño, luego de un suspiro que denotaba el cansancio del recorrido. Jorge tomaba descanso y reponía las energías para continuar la marcha. Él había salido 15 días antes de su país y llegó en horas de la noche junto con otros jóvenes al albergue San José, en Huehuetoca. Ellos no se conocían hasta bajar del “tren de la muerte” o “la bestia”, que atraviesa México, en varias rutas hacia el norte. El tren realiza una parada habitual en Lechería, punto central donde paran los trenes, y luego toman rutas diferentes hacia la frontera con Estados Unidos, ya sea del lado Pacífico, por el centro o por el Atlántico, unas más peligrosas que otras.

En Lechería, anteriormente había albergues que ante las presiones de la comunidad cerraron, ahora caminan entre cinco y ocho horas, 25 kilómetros, para llegar a Huehuetoca.

Mientras temblaban por el frío del amanecer que se incrustaba entre los huesos, DÍAaDÍA conversaba con ellos. Cada uno denotaba tristeza, que se reflejaba en sus ojos, sin embargo, regalaban una sonrisa de vez en cuando, mientras se conversaba de deporte con ellos. Todos eran jóvenes con edades de 16 a 29 años. En el grupo que acompañaba a Jorge estaban Wilman, Franklin y otros más que no dieron sus nombres por temor.

El fútbol es su pasión y entablaron una conversación sobre esto con otro joven del Servicio Jesuita a Refugiados, de Acapulco, México, y salió el tema de la carrera por la vida que tienen que hacer para subirse al tren. “Es nuestra olimpiada, pues hay que alcanzar al tren y luego dar un salto olímpico; además, agarrarse fuertemente para no caer”, dijo uno de ellos.

Carmen, otra hondureña quien estaba en el otro albergue, San Juan Diego, a un kilómetro del primero visitado, dijo que observó cómo una joven perdió la vida al lanzarse al tren, pues no se agarró bien y resbaló. Las ruedas le cortaron el cuello y quedó en el camino. Las mujeres también son blanco fácil, dice Juan, otro migrante.

“Si es bonita, le va peor, la pueden secuestrar para la prostitución o la violan y la tiran en el camino”. Las cinco mujeres encontradas en los albergue visitados, cada uno con más de 50 a 60 hombres, tenía su estrategia para cuidarse.

Carolina viajaba con su esposo, pero se viste de hombre para confundir. En el camino se bajaron antes de lo previsto del tren, debido a que unos delincuentes los abordaron; muchos bajaron y corrieron, pero cuatro jovencitas no tuvieron suerte y fueron atrapadas. Sus gritos aún los escucha, porque pedían que no las tocaran. “Sospecho que las violaron, pero no podía hacer nada y mi esposo tampoco”.

A Carmen, su pareja la abandonó en el camino; ahora no puede avanzar hasta que no encuentre con quién viajar, hay otros jóvenes en el albergue que le ofrecen protección. Dice Mario, otro migrante, que ella va a ser usada por esos que le ofrecen protección y no dudarán en ofrecerla a delincuentes o autoridades corruptas para placer sexual, a fin de avanzar si los detienen.

Al final de la visita, el joven Jesuita se quita sus zapatillas y dice su talla, que es igual a la de Wilman, quién se las calza e intercambian. Las de Wilman estaban rotas por su larga travesía. El samaritano se calzó las rotas y Wilman le dijo: “seguro tienes otras”, y este contestó que no, pero que él le daría un mejor uso, correr por la vida.

 
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