Un luchador incansable. Si algo le ha enseñado la vida a Guillermo Valencia, de 58 años, quien vive en el populoso barrio de Barraza, es que nunca debe darse por vencido, ya que cuando una puerta se cierra, otra se abre.

Por más de 20 años, trabajó como operador de máquina industrial en la empresa Papelera Istmeña, pero un buen día lo cesaron. En ese momento, sintió que el mundo se le venía encima, pues tenía un hogar que mantener.

Rápidamente se puso a trabajar de buhonero, por lo que invirtió algo de su liquidación comprando golosinas, galletas, papitas, entre otras cosas. Esta aventura le resultó muy buena, porque en un día bueno se puede ganar entre B/30.00 y B/40.00.

Sin embargo, para lograr tan jugosas ganancias, debe levantarse todos los días a las 4:00 a.m. para dirigirse a las distribuidoras de los chinitos, ubicadas en la Avenida B, para comprar la mercancía.

Luego de comprar la mercancía, empieza su faena que lo lleva a caminar todo el corregimiento de Santa Ana y el de Calidonia en busca de los clientes, ya que si se queda estático en un solo lugar, no vende nada.

También se sube en los buses a vender sus productos; aunque a veces los conductores y los pasajeros se molestan, él los trata amablemente, y con el carisma que lo caracteriza, logra que siempre le compren.

Su secreto para nunca volver a casa con los bolsillos vacíos es que siempre ofrece un producto de calidad. Además de que siempre tiene una palabra de aliento y un caluroso saludo para su clientela.

Tanto esfuerzo le ha servido para construir su casa en Samaria y para la educación de los dos hijos que aún tiene en la escuela. No duda de que con su esfuerzo logrará que estos se conviertan en grandes profesionales.

Para el futuro, lo único que quiere es llegar a la edad de jubilación para retirarse y poder disfrutar de todo lo que ha trabajado en la vida.

BUHONERO

El trabajo de buhonero fue un salvavidas para Guillermo cuando perdió su trabajo.